martes, 13 de agosto de 2013
Tu desnudez fresca (por Juan Ramón Jiménez)
No sé de nada más igual
a tu desnudez fresca que la luna,
ni que tan largamente me retenga
los ojos, en la busca de las buscas.
Todo –color, sabor, olor- se hace música.
¡Embriaguez de frutas con relente,
manos que huelen, labios que oyen música,
ojos que tocan, alas, oídos que sonríen,
silencio iluminado de blancuras;
luna redonda y blanca, acariciada
como te estoy acariciando a ti, desnuda!
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8 comentarios:
¿ Que habría dicho JRJ de los desnudos de internet ? Estaría encantado . Es muy grande , decir estas cosas sin un atisbo de horterismo parece empresa imposible . Soy un fan de él , por eso al profesor Jose Luis le remate con un comentario cuando critico a JRJ sin prueba alguna , el caso es que Jose Luis cogió algo miedo pero el hombre se equivoca a veces y la razón no es tajante .. ¡ Siempre vivo Juan Ramón ¡ , gran poema , muy verdadero .
Simplemente simple pero carente de simplicidad.
La historia es bien sabida. Unos jóvenes peruanos, para gastarle una broma a Juan Ramón Jiménez, se inventaron a Georgina Hübner, una admiradora de sus versos, y le escribieron cartas en su nombre.
El poeta acabó enamorándose de aquella lejana desconocida y, cuando el asunto se les fue de las manos y Juan Ramón estaba dispuesto a viajar a Lima para encontrarse con su gran amor, decidieron informarle de que la joven había muerto. Su dolor fue tan hondo y tan verdadero como el amor que sentía por aquella mujer inexistente. Escribió entonces un poema famoso, “Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima”, del que nunca se arrepintió, a pesar de todas las burlas que despertó el asunto, y al que “revivió”, según su costumbre, cincuenta años más tarde: “¡Cómo se rompe lo mejor de nuestra vida! / Vivimos, ¿para qué? Para mirar los días / de fúnebre color, sin cielo en los remansos, / para tener la frente caída entre las manos, / para no pasar nunca del umbral del ensueño”.
Las más hermosas cartas de amor que recibió Juan Ramón las escribieron dos jóvenes bromistas; su gran amor no fue Zenobia, sino una mujer que no había existido nunca.
¿Y hay alguna diferencia entre ese amor y los otros, los que no son fruto de ninguna broma?
Éste es el poema en cuestión:
El cónsul de Perú me lo dice: «Georgina
Hübner ha muerto».
...Has muerto. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿En qué día?
¿Qué oro, al despedirme de mi vida un ocaso,
iba a rozar la dejadencia de tus manos
cruzadas, en sus tallos, sobre el parado pecho,
como dos lirios malvas ya planos de su peso?
Ya se pegó tu espalda para siempre a la tabla,
tus piernas están ya para siempre cerradas.
(Sobre el tierno verdor de tu reciente fosa,
el sol poniente ya inflamará los chuparrosas?)
Ya está más fría y más solitaria la Punta
que cuando tu la viste, huyendo de esa tumba,
aquellas tardes en que tu ilusión me dijo:
«¡Cuánto he pensado en usted, amigo mío!».
¿Y yo, Georgina, en ti? Yo no sé cómo eras.
Morena, casta, triste? Sólo sé que mi pena
parece una mujer, tú, tú que estás sentada,
llorando, sollozando al borde de mi alma.
Sé que mi pena tiene esta letra suave
que venía en un vuelo atravesando mares,
para llamarme «amigo»... o algo más... No sé... algo
que sentía tu corazón de veinte años.
(Me escribistes: «Mi primo me trajo ayer su libro».
¿Te acuerdas? Y yo, pálido: «Pero usted tiene un primo?»
Quise entrar en tu vida y ofrecerte una mano
limpia como una llama, Georgina... En cuantos barcos
partían fue mi loco corazón en tu busca.
Yo creía encontrarte pensativa en La Punta,
con un libro en las manos, como tú me escribías,
soñando entre las flores refrescarme la vida.
Ahora, el barco en el que iré una noche a buscarte,
no saldrá de tal puerto ni surcará los mares;
irá por lo infinito, con la proa hacia arriba,
buscando como un ánjel una celeste isla...
Y... ¡Georgina, Georgina, qué cosas! mis dos libros
los tendrás en tu falda, y ya le habrás leído
a Dios algunos versos... Tú hollarás el poniente
en que mis pensamientos dramáticos se mueven.
Desde ahí, tú sabrás que esto no vale nada;
que, quitado el amor, lo demás son palabras.
¡El amor, el amor! ¿Tú sentiste en tus noches
la llamada lejana del mis ardientes voces,
cuando yo, en las estrellas, en la sombra, en la brisa,
esclamando hacia el sur, te llamaba «¡Georginaaa!».
Una onda, quizás, del aire que llevaba
el profundo sentir de mis rotas nostaljias,
pasó junto a tu oído? ¿Tú supiste de mí
los sueños de la casa, los besos del jardín?
¡Cómo se rompe lo mejor de nuestra vida!
Vivimos ¿para qué? Parar mirar los días
de fúnebre color, sin cielo en los remansos;
para tener la frente caída entre las manos;
para anhelar, cantándolo, lo que está siempre lejos;
para no pasar nunca el umbral del ensueño.
...Sí, Georgina, Georgina; para que tú te mueras
una tarde, una noche... ¡y sin que yo lo sepa!
Y el cónsul del Perú me lo dice: «Georgina
Hübner ha muerto».
Has muerto. Estás sin alma en Lima,
tupiendo rosa encima, debajo de la tierra...
Y si en ninguna parte nuestros brazos se encuentran
¡qué niño idiota, hijo del odio y el rencor,
hizo el mundo jugando con pompas de jabón!
Ni al sol ni a la muerte se les puede mirar de frente.
(LA ROCHEFOUCAULD)
Hay más respuestas en el universo que preguntas en la mente de los hombres.
Soñé que me querías
la otra mañana
y soñé al mismo tiempo
que lo soñaba;
que para un triste
aun las dichas soñadas
son imposibles.
Esa onomatopeya: cataclismo.
(RIVERO TARAVILLO)
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