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miércoles, 1 de junio de 2016

Su hogar (por Wallace Stevens)


Allí estaba, palabra por palabra,

el poema que tomó el lugar de una montaña.


Él respiraba ese oxígeno,

aun cuando el libro yaciera boca abajo sobre la mesa polvorienta.


Eso le recordaba cuánto había necesitado

un lugar al que ir, siguiendo su propia dirección,


cómo había recompuesto los pinos,

desplazado las rocas y elegido su camino entre las nubes,


para alcanzar la perspectiva correcta,

aquella que lo hiciera sentirse completo, en una culminación inexplicable:


la roca exacta donde su inexactitud

pudiera descubrir, al menos, el panorama hacia el cual se aproximaba,


donde poder echarse y, contemplando el mar,

reconocer su hogar, solitario y único.

6 comentarios:

TóTUM REVOLùTUM dijo...

Todo es caduco.
Todo es parcial.
Todo es imperfecto.

hAiKu dijo...

Ningún castillo
tuvo en sus muros cables
ni interruptores.

(CUQUI COVALEDA)

ORáKULO dijo...

Muchas cosas no podríamos creerlas de no ser porque las hemos vivido.

casa de citas dijo...


Los cementerios están llenos de hombres imprescindibles.

(GOETHE)

RAMóN Y SUS GREGUERíAS dijo...

Los corales son el esqueleto del mar.

Lloviendo amares dijo...

Igual que los cangrejos heridos
que dejan sus propias tenazas sobre la arena,
así me desprendo de mis deseos,
muerdo y corto mis brazos,
podo mis días,
derribo mi esperanza,
me arruino.
Estoy a punto de llorar.

¿En dónde me perdí, en qué momento
vine a habitar mi casa,
tan parecido a mí que hasta mis hijos me toman por su
padre
y mi mujer me dice las palabras acostumbradas?

Me recojo a pedazos,
a trechos en el basurero de la memoria,
y trato de reconstruirme,
de hacerme como mi imagen.
¡Ay, nada queda!
Se me caen de la mano los platos rotos,
las patas de las sillas, los calzones usados,
los huesos que desenterré
y los retratos en que se ven amores y fantasmas.

¡Apiádate de mí!
Quiero pedir piedad a alguien.
Voy a pedir perdón al primero que encuentre.
Soy una piedra que rueda
porque la noche está inclinada y o se le ve el fin.

Me duele el estómago y el alma
y todo mi cuerpo está esperando con miedo
que una mano bondadosa me eche una sábana encima.

(JAIME SABINES)