puertas, se abrieron sin haber llegado a cerrarse.
Gracias, dijo ella. Llevaba una bolsa en cada mano.
La chica pulsó el séptimo y preguntó a qué piso iba.
Sí, al último, gracias. Le extrañó que pulsase antes
de preguntar. El ascensor bien podía no haber tenido
memoria. Sonrió.
¿Qué pasa?, preguntó la chica como si ella fuera la
responsable de que el ascensor acabara de pararse
entre dos plantas. ¿Por qué se para?, volvió a decir
con vehemencia.
Pulsa el timbre, por favor. Púlselo usted, dijo antes
de aporrear la puerta y gritar Socorro. Ella colgó de
la barra horizontal que atravesaba el espejo las dos
bolsas, una en cada extremo. ¿Qué hace? Tengo las
manos ocupadas, respondió, demorándose a
propósito en cada palabra, y pulsó el timbre.
No puedo respirar, no puedo respirar. Sí puedes, no
digas tonterías, cierra los ojos y respira, con los ojos
cerrados el espacio es mayor, piensa en algo bonito.
Se sintió ridícula hablándole como si fuera una niña
pequeña. Llamaré a casa, sigue respirando. No me
suelte la mano, dijo la chica. No hay nadie. La chica
se echó a llorar. Lloraba sin abrir los ojos. No llores,
mujer, no te va a pasar nada. Ya lo sé, no es eso.
Estaban sentadas en el suelo. La chica ya no
lloraba. Llevaban calladas un buen rato. Mientras la
chica había estado con los ojos cerrados, ella la había
mirado sin pudor. Su cara le resultaba familiar.
¿Por qué ha colgado ahí las bolsas?, señaló la
barra. Ella sintió que el calor le subía a la cara.
Cuando llego a casa pongo las bolsas sobre la mesa
de la cocina, así que no me gusta que antes hayan
estado en el suelo, manías, ya sabes. La chica no dijo
nada. ¿Tú no tienes manías? No le interesaba en
absoluto si la chica tenía manías o no, tampoco
pretendía iniciar una conversación, solo quería salir
de allí de una vez. Aquella situación empezaba a
resultarle incómoda.
¿Lleva chocolate? ¿Cómo? En las bolsas, ¿lleva
chocolate? No llevaba, pero le ofreció unas galletas.
Son integrales, se excusó. La chica tomó dos sin dar
las gracias. Tendría unos veinte, pero se comportaba
como una niña de diez. ¿Sabe?, dijo con la boca
llena, venía dispuesta a darle un ultimátum a mi
novio, pero me lo he pensado mejor. Ni siquiera
habrá ultimátum, lo voy a dejar. Novio. Repasó a los
vecinos de su planta. Quiero tener hijos, ¿sabe?,
¿usted tiene hijos? Una hija. Yo quiero tener
muchos hijos.
Estuvo a punto de decirle que uno cree que serán
los hijos quienes entierren a los padres y no al revés,
nadie piensa antes de tenerlos que hay niños que
mueren porque sí, y de repente supo a quién le
recordaba.
El ascensor dio un salto y la chica se puso en pie
inmediatamente. Pulsó varias veces y empezaron a
bajar. Cuando las puertas se abrieron la chica no
tardó ni un segundo en salir y, volviéndose con una
gran sonrisa, dijo Adiós. Ella estaba apoyada en la
barra horizontal frotándose las piernas para
desentumecerlas. Adiós, respondió, pero la chica ya
no estaba.
Las puertas se cerraron. Mientras subía, no pudo
dejar de mirarse en el espejo ni un instante. El
parecido era asombroso.
4 comentarios:
Debe ser muy pintoresco eso de toparse con uno mismo y no tener nada que decirse. Tal vez un "no me caes nada bien", cualquiera sabe.
Como la luna, toda persona tiene una cara oculta que a nadie enseña.
(TWAIN)
Qué suerte, rosa,
que aunque tienes defectos
nadie los busca.
(CUQUI COVALEDA)
No hay tristeza ni alegría
que se quede sin cantar
y por eso hay más cantares
que peces dentro del mar.
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