Te habitas a ti mismo pero te desconoces; vives en una bóveda abandonada en
la que escuchas tu propio corazón
mientras la grasa y el olvido se extienden por tus venas y
te calcificas en el dolor y de tu boca
caen sílabas negras.
Vas hacia lo invisible
y sabes que es real lo que no existe.
Retienes vagamente tus causas y tus sueños
(aún conservas el olor de los suicidas),
te alimentan la ira y la piedad.
Queda poco de ti: vértigo, uñas
y sombras de recuerdos.
Piensas la desaparición. Acaricias
la tiniebla cerebral, bajas al hígado calcinado por la tristeza.
Así es la edad del hierro en la garganta. Ya
todo es incompresible. Sin embargo,
amas aún cuanto has perdido.
3 comentarios:
Ojalá que mi vida se apague antes de que se apague mi alegría ( le diría yo, con Savater, al autor del poema ).
La verdadera virtud se ignora a sí misma.
(NIETZSCHE)
Los borrachos preguntan
a los difuntos
cómo son las tabernas
del otro mundo.
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