Mi madre, escuchen bien,
condujo nuestro Fiat
por un camino vecinal
un día de primavera del ’68.
Lo vieron estos ojos desde el auto de mi tío,
que iba detrás del Fiat como escolta.
Fue su debut y despedida del volante.
Mi padre no volvió a cederle el asiento del piloto.
Ignoro qué pasó.
En ese aprendizaje trunco
tal vez estuvo la semilla del divorcio.
Si pudo conducir esos kilómetros
-en una carretera intrascendente,
es cierto, no en el tráfico-,
¿por qué cedió al impulso
de ser como una madre más
y regresó al asiento del que sueña?
Hablo de un Fiat 600 de dos puertas
y de un camino de subida
un día de primavera
antes del mayo revoltoso.
Las condiciones, ma, eran idóneas
-tú hermosa y con mi padre
enamorado locamente aún-
para acabar de resolver
el acertijo del embrague,
la metafísica del cambio de velocidad,
y conducirnos suavemente,
curva a curva, hacia la cumbre,
mientras mi hermano y yo en el auto de mi tío
contábamos las vueltas de tu ascenso,
que se deshizo como el mayo aquel
de la revuelta en humo,
un puro gesto que absorbió el paisaje.
Quizá dos décadas después
al irte de la casa completaste
ese camino de subida.
Quizá quedaste herida y no te diste cuenta.
Fue, como sea, el cambio de velocidad más arduo,
el acertijo más difícil de zanjar
en esa nueva primavera de tu vida.
Tienes aún el pie pisando el acelerador
y un mirador te espera en lo más alto.
5 comentarios:
Algo descubrió, algo que estaba oculto se manifestó (se desocultó) finalmente ese día.
Jamás el esfuerzo desayuda a la fortuna.
(DE ROJAS)
Si la realidad cambia, yo también lo hago. ¿Usted no?
(KEYNES)
Dime una vez que me quieres,
aunque luego me aborrezcas.
Déjame gozar un día,
que la muerte se me acerca.
Viejo colegio.
De nuevo aquel temor
a llegar tarde.
(SUSANA BENET)
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