viernes, 25 de agosto de 2017
Oscureciendo, luego clareando (por Kim Addonizio)
El cielo sigue mintiéndole a la granja,
alineando sus pesadas nubes
sobre la sombrilla de mesa azul
para luego lanzarlas sobre el río.
Y el día se siente desesperanzado
hasta que observa unos árboles
dejando caer delicadamente sus pétalos blancos
sobre el pasto junto a la casa de pájaros
posada en su poste de madera,
atiborrada de polluelos parpadeantes
como prendas en una maleta pequeñita. Al principio
deambulaste solitariamente en el jardín
y no ayudó en nada saber que Wordsworth
se sintió igual, pero entonces Whitman
te consoló un poco, y viste
el pasto como cabello sin cortar, anhelante
del producto que le da brillo.
Ahora estás recostada en el sofá bajo el tragaluz,
el cielo empieza a limpiarse,
mezcla su cóctel de tristeza y resplandor,
un diluvio y luego una excavación
y luego suficiente tiempo para un
baile o un beso más antes de que empiece otra vez,
oscureciendo, luego clareando.
Escuchas el alto reloj de madera
en la cocina: su péndulo chasquea
de un lado al otro todo el día, y repica
con un sonido puro, cada hora a la hora,
aunque siempre a la hora equivocada.
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3 comentarios:
Con saña, cierro la puerta.
Susurra la calefacción a gas. El viento
trae la lluvia de la tarde. De nuevo,
una soledad que no me contradice
me sustenta en su palma gigante;
y como una anémona
o un simple caracol, con cautela
se despliega, emerge, lo que soy.
(LARKIN)
¡Qué mal huele todo el ayer!
(NIETZSCHE)
El alfarero trabaja la tierra y el barro. Así conoce la belleza de sus manos.
(PINGALA)
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