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lunes, 11 de junio de 2018

Derrota (por Rafael Cadenas)


Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo que creí
que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. es muy quedado, avíspese, despierte»)
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada a cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi
flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.



6 comentarios:

Pablo M dijo...

¿Quién sabe lo que es triunfar en la vida? ¿Quién sabe lo que es ser derrotado? Derrotas de vencedores, victorias de los vencidos. Al final de los finales siempre gana... Ella.

Anónimo dijo...

El éxito en la vida se mide por el número de personas que te quieren.

TóTUM REVOLùTUM dijo...

Esa mano, que se aferra a un bolígrafo como a un clavo ardiendo, se aferró en un tiempo remoto al tirante del sujetador o del camisón de una mujer, mientras la boca del recién nacido buscaba a ciegas un pezón. Más tarde, cuando su dueño braceaba satisfecho en el interior de la cuna, aleteó delante de sus ojos como un pájaro inexperto. Con ese pájaro exploró cada uno de los rincones de su ser, incluidas las remotas ingles, la boca húmeda, los misteriosos oídos. Esa mano llevó consuelo al sexo, pan a la boca, caricias al novio o a la novia. Abrió grifos, puertas, encendió luces, reparó heridas, dibujó adioses en el aire, batió huevos, cosió dobladillos, apagó fuegos, aplicó cremas. Tal vez pegó. Esa mano escribió dictados y anotó números de teléfono. Por ella pasaron monedas y billetes, telegramas y cartas. Arrojó piedras, abrochó botones, sus dedos calcularon la profundidad de una arruga en la ropa, quizá en el cuerpo. Conoció el tacto del agua y de la tierra, el peso de un libro y el de una taza de café. Sabía cosas que la cabeza de su dueño ignoraba, como el número de teléfono de mamá o la disposición de las letras en el teclado del ordenador. Esa mano.

(RAFAEL BALDAYA)

casa de citas dijo...

La desesperación, más que una falta de esperanza, es a menudo una falta de energía.

(RUSSELL)

cajón desastre dijo...

Alguna vez deseó uno
que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela.
Tal vez exageraba: si fuera solo una cucaracha, y aplastarla.

(CERNUDA)

TóTUM REVOLùTUM dijo...

LLEVAR RAZÓN (Juan José Millás)

Sé de gente que mataría por llevar razón. Hay otros rasgos de carácter que se pueden corregir a lo largo de la vida, pero quitarse de llevar razón es como quitarse de la heroína: se puede, aunque con mucho sacrificio. Si vienes al mundo con ese declive, mueres con él. Te mueres llevando la razón, te incineran llevando la razón, llegas al infierno llevando la razón. Jamás discutas con personas necesitadas de llevar la razón. No conduce a nada, solo a la infelicidad. En las discusiones políticas es donde mejor se las distingue. Llevar razón constituye un modo de tapar heridas ancestrales, abandonos remotos. Llevar razón es una forma de vengarse. Si llevas razón, tu nacimiento no fue un error, tus padres te quisieron, la infancia triste y la perra juventud valieron la pena. El mundo ya no te debe nada, en fin. Si llevas razón, no necesitas ser sutil ni inteligente ni educado. Llevar razón te coloca por encima del bien y del mal. La frase “hablar cargado de razón”, pese a su naturaleza de lugar común, describe perfectamente esta patología. Para intentar convencerte de sus argumentos, los llevadores de razón subrayan sus discursos con gestos en los que expresan lo absurdo que sería pensar de otro modo. Conozco personas a las que quiero y admiro cuyo único objetivo en la vida es llevar la razón. Siento una terrible ternura por ellas porque me recuerdan épocas de mi vida en las que yo mismo necesitaba llevar razón a toda costa. Me quité de llevar razón porque me hacía daño a la salud, como el tabaco, aunque a veces  recaigo y fumo un "camel" clandestino. Desde entonces, siempre que descubro a alguien llevando la razón me dan ganas de abrazarlo y de hacerle unas caricias al tiempo de decirle que no pasa nada por no llevarla.