Los encuentro después de atravesar una llanura caldeada por el sol.
A causa del ruido no habitan a orillas del camino. Viven en los campos sin cultivar, junto a una fuente que sólo conocen los pájaros.
Parecen impenetrables, desde lejos. Apenas me acerco, sus troncos se desenlazan. Me reciben prudentemente. Puedo descansar ahí, refrescarme; pero compruebo que me observan con desconfianza.
Viven en familia, los más viejos en medio, y los pequeños, aquellos cuyas primeras hojas acaban de nacer, un poco diseminados, pero sin apartarse nunca.
Su muerte es prolongada y conservan a sus muertos en pie, hasta que caen hechos polvo.
Se acarician con sus largas ramas, para asegurarse de que todos están allí, como los ciegos. Gesticulan coléricos si el viento empuja para arrancarlos. Pero entre ellos no hay ninguna disputa. Si murmuran, lo hacen de acuerdo.
Los tengo por mi verdadera familia. Pronto olvidaré a la otra.
Me adoptarán poco a poco estos árboles y, para merecerlo, aprendo lo que es necesario saber:
-Ya sé mirar las nubes que pasan.
-Sé quedarme en mi lugar.
-Y casi sé ya callarme.
5 comentarios:
Hubo un tiempo en que vivimos en los árboles. Todavía hoy tenemos rasgos anatómicos trepadores y arborícolas (función de agarre para asirnos a las ramas) en manos y pies, aunque entumecidos por falta de práctica.
El árbol sabe, con sus raíces y sus ramas,
todo aquello que puede ser un árbol:
¿o acaso también falta
a su mitad visible otro esplendor
que es lo que está sufriendo y anhelando?
No lo sabemos. Pero él
no necesita conocerse. Basta
que su misterio sea, sin palabras
que vayan a decirle lo que es, lo que no es.
El árbol, majestuoso como un árbol,
lleno de identidad hasta las puntas,
puede medirse cara a cara con el ángel.
(CINTO VITIER)
Sobreviven trepadores en la fronda de los árboles genealógicos y no se sabe de ellos que hayan abierto en su vida un coco de propias manos (cuatro), pelado una banana o quebrado el ápice de un cascarón de huevo poché. El condesito Danilo Sciacia rompió uno de estos durante el desayuno de su cumpleaños vigésimo tercero y concitó el aplauso enardecido de la servidumbre que lo asistía boquiabierta..
¡La de puentes que vamos a levantar con el hormigón de los muros que tiraremos!
(NEORRABIOS@)
Arriba canta el pájaro y abajo canta el agua.
(Arriba y abajo, se me abre el alma.)
Entre dos melodías la columna de plata.
Hoja, pájaro, estrella; baja flor, raíz, agua.
Entre dos conmociones la columna de plata.
(Y tú, tronco ideal, entre mi alma y mi alma.)
Mece a la estrella el trino, la onda a la flor baja.
(Abajo y arriba, me tiembla el alma.)
-JUAN RAMÓN JIMÉNEZ-
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