jueves, 4 de octubre de 2018
Alguien tendrá que oírnos (por Juan Rulfo)
I
Ustedes dirán que es pura necedad la mía,
que es un desatino lamentarse de la suerte,
y cuantimás de esta tierra pasmada
donde nos olvidó el destino.
La verdad es que cuesta trabajo
aclimatarse al hambre.
Y aunque digan que el hambre
repartida entre muchos
toca menos,
lo único cierto es que aquí
todos
estamos a medio morir
y no tenemos ni siquiera
dónde caernos muertos.
Según parece
ya nos viene de a derecho la de malas.
Nada de que hay que echarle nudo ciego a
este asunto.
Nada de eso.
Desde que el mundo es mundo
hemos andado con el ombligo pegado al espinazo
y agarrándonos del viento con las uñas.
Se nos regatea hasta la sombra,
y a pesar de todo
así seguimos:
medio aturdidos por el maldecido sol
que nos cunde a diario a despedazos,
siempre con la misma jeringa,
como si quisiera revivir más el recoldo.
Aunque bien sabemos
que ni ardiendo en brasas
se nos prenderá la suerte.
Pero somos porfiados.
Tal vez esto tenga compostura.
El mundo está inundado de gente como nosotros,
de mucha gente como nosotros.
Y alguien tiene que oírnos,
alguien y algunos más,
aunque les revienten o reboten
nuestros gritos.
No es que seamos alzados,
ni le estamos pidiendo limosnas a la luna.
Ni está en nuestro camino buscar de prisa la covacha
o arrancar pa’l monte
cada que nos cuchilean los perros.
Alguien tendrá que oírnos.
Cuando dejemos de gruñir como avispas en
enjambre,
o nos volvamos cola de remolino,
o cuando terminemos por escurrirnos sobre
la tierra
como un relámpago de muertos,
entonces
tal vez
nos llegue a todos
el remedio.
II
Cola de relámpago,
remolino de muertos.
Con el vuelo que llevan,
poco les durará el esfuerzo.
Tal vez acaben deshechos en espuma
o se los trague este aire lleno de cenizas.
Y hasta pueden perderse
yendo a tientas
entre la revuelta obscuridad.
Al fin y al cabo ya son puro escombro.
El alma se la han de haber partido a golpes
de tanto darle potreones a la vida.
Puede que se acalambren entre las hebras
heladas de la noche,
o el miedo los liquide
borrándoles hasta el resuello.
San Mateo amaneció desde ayer
con la cara ensombrecida.
Ruega por nosotros.
Ánimas benditas del purgatorio.
Ruega por nosotros.
Tan alta que está la noche y ni con qué velarlos.
Ruega por nosotros.
Santo Dios, Santo Inmortal.
Ruega por nosotros.
Ya están todos medio pachiches de tanto que el sol
les ha sorbido el jugo.
Ruega por nosotros.
Santo san Antoñito.
Ruega por nosotros.
Atajo de malvados, punta de holgazanes.
Ruega por nosotros.
Sarta de bribones, retahíla de vagos.
Ruega por nosotros.
Cáfila de bandidos.
Ruega por nosotros.
Al menos éstos ya no vivirán calados por el hambre.
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5 comentarios:
Con esos versos, tan vinculados al mundo espectral de Pedro Páramo y a sus murmullos corales, comenzaba el texto "poema para cine", que Juan Rulfo escribió para La fórmula secreta (1964), una película que se estrenó el mismo año que la mediocre adaptación de El gallo de oro, dirigida por Roberto Gavaldón sobre un guión adaptado por García Márquez y Carlos Fuentes.
Rulfo escribió, para un mediometraje de Rubén Gámez, así llamado La fórmula secreta o Coca Cola en la sangre (1965), un poema que poco circula y que vale la pena traer a escena. De este poema hay en internet una excelente la lectura que hizo Jaime Sabines para la película y que pueden consultar en
http://revistacantera.com/la-formula-secreta-de-juan-rulfo
RESPUESTA DE LÁZARO
No merece la pena, no te empeñes.
Yo ya he cumplido e iba a disolverme, tan contento.
¿A qué viene esto ahora?
¿Otra vez los afectos y sudar por las noches y bregar
y la sed y el dinero? (Sobre todo el dinero).
No, gracias. Eso ya son cosas vuestras.
Se estaba bien aquí. Los gusanos no son muy exigentes.
Uno delega en ellos los detalles.
Por lo demás, me gusto. No es que huela muy bien
pero puedo estar solo. La gente es tan extraña…
Años llevo intentando comprenderla.
Aquí no hay amenazas, ni preguntas, ni se espera de ti
algo distinto a una quietud insólita.
¿Miedo a vivir? Lo mismo que vosotros,
pero sin aspavientos.
El mundo es más difícil: hacer lo mismo una y otra vez,
y encima Dios, que no te quita ojo,
diciendo “Has hecho daño” y “No te esfuerzas”.
Ya no hago daño a nadie. Podrido estoy más limpio
de lo que he estado nunca.
Conque puedes coger tu pequeño milagro y esfumarte.
Terrazas soleadas, inútiles banquetes.
Yo soy perfecto. Busca
a otro infeliz que aún se haga ilusiones.
(JOSÉ LUIS PIQUERO)
¡Pobre flor la del cardo!:
la más bonita,
y nadie la desea
por sus espinas.
Literatura postInternet
Era un negocio que funcionaba como funcionaba, pero llegó el comandante y mando a parar. Era un mundo de escritores dioses que sabían, sentían y escribían, incluso alguna vez cobraban por ello, pero llegó el mundo internet y resultó que todo el mundo escribe, mucho y sin rubor quiere que le lean, que le sientan, que le entiendan, incluso algunos lo hacen bien y no cobran y sin darse cuenta, o sí, han puesto patas arriba el vicio de la escritura/lectura/comunicación.
Desorientación editorial, suicidio, ineptitud, ceguera, que no puede ser, no se puede (intentar) cobrar lo mismo por un libro clásico, en papel, con pastas duras que por el mismo título en iBook, con cuatro títulos bailando, además, sin riesgo ninguno de los despistados editores lemmings, prepotentes en sus códigos Da Vinci, pan para hoy y hambre para mañana, mi biblioteca en un pendrive, en un iPad, váyase usted al guano, señor de los libros caros.
Q´esto evoluciona, escribir es un arte, o era, ingenuidad de los últimos lectores románticos, q´entras a una librería y, horror, hay montones y montones de libros apilados, lo que se vende, el best seller de turno, la literatura como negocio, no, así no.
Lo visual, lo instantáneo, lo breve, arrolla al texto, sin piedad, la imagen se come a la palabra, lo inmediato, lo fácil, tic y sube el trabajo de horas, de días, de años, impunidad, injusticia tecnológica, una década para escribir tu vida, dejándote el alma y en un tic tac se va por el desagüe USB, copiar y pegar, piratas del espacio intergaláctico, la palabra se muere, a ver quién roba más, ladrones en la quinta dimensión.
La cuestión es, siempre, vender.
Así va la cosa.
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