Ah, dolor, no debería tratarte como a un perro de la calle
que viene hasta la puerta de atrás
buscado unas cáscaras, un hueso pelado.
Debería confiar en ti.
Debería persuadirte
de que entres en casa y asignarte
tu propio rincón,
una alfombra vieja para que te eches,
un cuenco de agua.
Crees que no sé que estuviste viviendo
bajo el porche.
Deseas que tu verdadero lugar esté listo
antes de que llegue el invierno. Necesitas
un nombre,
un collar y una placa. Necesitas
el derecho a advertir a los intrusos,
a considerar
mi casa como tuya,
mi persona como tuya
y a ti mismo, mi perro.
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