Crecí en un silencio de arabescos,
en una estancia fresca, de niños a primeros de siglo.
No me interesaban las voces humanas,
pero comprendía bien la voz del viento.
Amaba a los cardos y a las ortigas,
y sobre todo a mi sauce de plata.
Buen compañero toda la vida,
sus ramas llorosas
abanicaban mi insomnio con sueños.
Y, quién lo dijera, le he sobrevivido.
Ahí queda su tronco, y con voces extrañas
hablan otros sauces
bajo nuestro cielo. Y yo callo...
Como si hubiera muerto un hermano.
1 comentario:
Primero el tronco, después las ramas maestras buscando cada una de su lado, después las ramas secundarias, que nacen de las anteriores pero divergentes en un punto, emiten otra opinión, por fin las ramas más altas que rascan la piel del cielo: tantos tanteos, pruebas, fracasos, miles de caminos inventados para ir hacia la luz.
(BOBIN)
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