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sábado, 23 de junio de 2012

Sólo al inclinar la copa (por Stefan Zweig)


Leve se mueve el baile de las horas 
sobre los cabellos ya plateados, 
porque sólo al inclinar la copa
se ve con claridad el fondo.

Presentir cerca la noche 
no produce confusión, sino calma.
El puro contemplar el mundo
es sólo del que no desea nada.

Ya no pregunta lo que alcanzó, 
ya no lamenta lo que perdió.
Para el viejo es sólo el leve
inicio de su despedida.

La mirada nunca brilla más 
que cuando la encienden las últimas luces.
Nunca se ama más la vida
que a la sombra de tener que abandonarla. 

19 comentarios:

LuisMi dijo...

Enhorabuena por publicar un poema de Zweig. Sabía que escribió poesía pero nunca había leído un poema suyo. Sí, en cambio, casi toda su narrativa, publicada por Acantilado, y de la que es difícil destacar algo por encima de lo demás (pues todo es maravilloso). Pero si me apurasen yo destacaría el relato "Mendel el de los Libros" y la novela "Impaciencia del corazón". Bueno, lo dicho, que a ver si se repite y ponéis más poemas de Zweig.

F. dijo...

He aquí la excelsa melancolía de Zweig: en prosa o verso el mismo distanciamiento de la ingrata realidad. Parece que Stefan está despidiéndose siempre, antes de emprender un viaje... En el fondo de la copa del viejo del poema, ya reposa un sedimento turbio de Veronal.

PD.- Me chocan ese par de atildados "qué".

el bachiller Sansón Karrasko dijo...

Gracias, amigo F. Ya hemos suprimido los atildamientos indebidos. Por cierto, qué difícil encontrar poesía de Zweig en español: ni en papel ni en Internet. Como nos dice el también amigo Luismi, la editorial Acantilado ha publicado gran parte de su narrativa, así como sus memorias (El mundo de ayer) y varios ensayos. Incluso se ha traducido y publicado en español su correspondencia con Freud, Hermann Hesse y otros. Pero en cambio la poesía de Zweig apenas se ha vertido al español, al menos que nosotros sepamos. El poema que publicamos nos lo ha traducido del alemán una amiga. Al parecer la poesía de Zweig es rimada y, claro, se plantea el problema de siempre: que al traducirla se pierde la rima (Hay traductores que, de manera un tanto ridícula, quieren conservar la rima al traducir poesía: el resultado es espantoso, aparte de falsear el poema original). Yo no sé alemán pero estoy convencido de que, incluso perdiendo la rima, traducida al español la poesía de Zweig ha de ser tan fascinante -o casi- como su prosa.

F.--------> Kharrastkho dijo...

Tengo ante mí, Kharratskho, las dos primeras estrofas de la Comedia de Dante (Inferno, acto I): unas en italiano actual, otras en prosa de un traductor anónimo, y las terceras en castellano rimado, de la denostada versión -por algunos- del Conde de Cheste.
Curiosamente, hallo más ajustado al original y más "bello" el engendro de Cheste (en realidad paúra se compadece bien con pavura, palabro tan empleado en la rancia poesía hispana, y mejor que el otro prosaico -que resulta serlo- "temor") que la versión que se lee de corrido sin que se detecte el ritmo y la concordancia de las palabras que riman en italiano y que -dadas las similitudes de ambas lenguas (la italiana y la española) necesariamente tenían que darse si se respetara al pie de la letra el texto de Dante. Lo que me lleva a la conclusión de que, aunque se diga que la prosa refleja más fielmente el texto original, existe la preocupación porque no se empleen palabras que "rimen" entre sí, por considerar -supongo- que haría un efecto chocante e indeseable en un texto escrito en prosa.
Luego también se manipula -y consecuentemente se pervierte- la fidelidad al modelo, por asuntos de eufonía y otras convenciones...,dando todo ello lugar a un producto tan alejado del móvil poético primigenio como lo pueda estar su vertido al verso rimado, en este caso al
castellano.
Es una reflexión particular mía; no sé si alguien la comparte.

F. dijo...

Naturalmente, me refiero a los poemas con rima escritos en lenguas cercanas a la nuestra y que se vierten al castellano en prosa.

LuisMi dijo...

Acantilado publica en "La filial del infierno en la tierra" cuatro cartas que Joseph Roth escribió a Stefan Zweig y sus artículos más críticos con el totalitarismo nazi

'La filial del infierno en la tierra' (Acantilado) es el testimonio del Joseph Roth más indignado, asqueado y apasionado. De un hombre convencido de que "el patriotismo es particularismo", en una época en la que el régimen nazi anulaba la conciencia individual en pos de la supremacía aria, buscando despertar un sentimiento de patriotismo blanco y cristiano.

"El hombre ya no se conmueve cuando se vulnera y asesina la condición humana", manifestó en una carta a su amigo Stefan Zweig. Ambos compartieron la misma convicción en esos tiempos convulsos: su hogar, Austria, estaba irremediablemente perdido antes incluso del 'Anschluss' en 1938. La correspondencia, que consta de dos cartas de 1933 y otras dos de 1935, destila una impotencia rabiosa y apunta ya una profunda crisis de identidad.

El epistolario, escrito desde París, igual que los artículos que publicó en diarios de habla alemana, reflexiona sobre la humanidad, sobre el judío que va a la guerra, como él, o el que se opone a ella, como Zweig. Roth habla de enfermedad, de una sociedad podrida que hay que amputar cuanto antes para que no contamine al resto.

Tanto Roth como Zweig optaron por el exilio. Roth se marchó, huyendo del humo y las cenizas en que se convirtieron sus libros, condenados a la hoguera por los nazis. Zweig aguantó hasta que la Policía registró su casa en 1934. Sus obras fueron prohibidas en la Alemania aria, demasiado "pura" para las letras de un judío. La desesperación por la cultura perdida y el aparentemente imparable avance del nazismo le condujeron al suicidio en 1942. Su amigo Joseph Roth había muerto tres años antes, mojando su rabia en alcohol.

LuisMi dijo...

"Mi judaísmo nunca me pareció nada más que un atributo accidental, algo así como mi bigote rubio –que lo mismo podría haber sido negro-. Nunca sufrí por ello. Nunca me enorgullecí de ello."


Joseph Roth, Carta a Stefan Zweig, 24-7-1935,
recogida en "La filial del infierno en la Tierra".

F. dijo...

Gracias por la información, cofrade.

Círculo Cultural FARONI dijo...

Es probable que a veces ocurran cosas improbables.

(ARISTÓTELES)

casa de citas dijo...

Preferimos ser arruinados por los elogios que salvados por las críticas.

(PEALE)

Pablo M dijo...

Verano de 1936. Stefan Zweig (Viena, 1881) se ha convertido en una estrella de la literatura. Difícilmente hay un autor en lengua alemana que venda más que él: su nombre es tan conocido en el extranjero como el de Thomas Mann. Sueño que empezó a desvanecerse en mayo de 1933, cuando los nazis quemaron sus libros en la plaza de la Ópera en Berlín.

Ese día también quemaron los libros de su amigo Joseph Roth (Brody, Imperio Austrohúngaro, 1894). El calvario de Roth, sin embargo, empezó antes: sus obras fueron prohibidas en cuanto Hitler tomó el poder. Antes de emprender el camino del exilio, le escribirá a Zweig: «Gobierna el infierno». El austriaco, que está preocupado pero ha vivido «más fines del mundo» –¿es que nadie se acuerda ya de la Gran Guerra?–, le responderá con consejos: que no siga alojándose en los hoteles más caros; que ahorre dinero; que beba menos.

Al borde del abismo
El día y la noche, eso son Zweig y Roth. El primero, dueño de un castillo, mundano y autor de best sellers; el segundo, periodista de éxito en los años veinte, pero escritor del montón. La fama llega con Job y La marcha Radetzky, aunque dura poco: sus libros no tardan en ser prohibidos. ¿Cómo no va a ser un hombre desdichado?

«Gobierna el infierno»: así se refirió Roth a los nazis
Ambos han buscado refugio al borde del abismo. «Nada de grandes maletas –le ha pedido Zweig a su secretaria y amante, Lotte Altmann–. Allá no haremos más que vivir.» Allá es la ciudad belga de Ostende, donde los amigos se reencuentran. Y donde les esperan otros «narradores contra el naufragio» que se avecina: Willi Münzenberg, Ernst Toller, Arthur Koestler. La comunidad de los fugitivos.
Mangas muy largas
Mientras Zweig pone orden en la vida de Roth, le presta dinero y le invita a comer, los amigos ven avanzar las sombras sobre Europa. Temen que Goebbels consiga convencer al mundo de las intenciones pacíficas del régimen nazi. No se hacen ilusiones: «Los judíos orientales no tienen patria en ninguna parte, pero sí tumbas en cada cementerio».

Zweig antes de suicidarse: «Los exiliados no llegaremos a viejos»
Conversaciones, bistrós, el gran casino. Extraordinaria recreación de un universo que se derrumba la que ofrece Volker Weidermann, uno de los grandes especialistas en la búsqueda de libros prohibidos por los nazis. A él debemos la publicación de Historias y desventuras del desconocido soldado Schlump (Impedimenta, 2014), cuyos ejemplares fueron quemados en la plaza de la Ópera de Berlín. Sólo se salvó uno: el que su autor, Hans Herbert Grimm, escondió tras una de las paredes de su casa antes de quitarse la vida. Fue Weidermann quien, ochenta años después, lo descubrió. Ahora rememora el verano en el que Ostende unió a Zweig y Roth, cuyas obras también ardieron en 1933.
«Siempre me veo así: soy un viejo flaco, con un largo traje negro de mangas muy largas. Es otoño, me paseo por mi jardín y maquino intrigas astutas contra mis enemigos. Contra ellos y también contra mis amigos»: con estas palabras imaginó Joseph Roth su futuro. Pero no, no le dio tiempo a maquinar intrigas; tampoco a envejecer: murió alcoholizado en París en 1939. No había cumplido los cuarenta y cinco años. Poco después, en 1941, Stefan Zweig, acompañado en ese gesto último por Lotte, se suicida en Petrópolis (Brasil). Le asistía la razón cuando, a la muerte de Roth, vaticinó: «Nosotros los exiliados no llegaremos a viejos».

Pablo M dijo...

Más información en

http://www.abc.es/cultura/cultural/20150316/abci-stefan-zweig-joseph-roth-201503161102.html

VSaltero dijo...

El próximo día 22 de febrero se cumplen setenta y cinco años del suicidio del célebre escritor austríaco Stefan Zweig. La imagen de su cadáver sudoroso y el de su segunda esposa polaca Charlotte (Lotte) Altmann, tendidos sobre dos sencillas camas en el dormitorio de su casa en la histórica villa brasileña de Petrópolis, a casi setenta kilómetros de Río de Janeiro, simboliza la decadencia de Europa y la impotencia del hombre. La tétrica fotografía nos muestra al escritor en camisa de manga corta con una corbata oscura cabalmente anudada para su cita con la muerte; y a Lotte, recostada sobre su hombro izquierdo y embutida en un discreto kimono. A la derecha de la pareja inerte, vemos en el macabro encuadre una mesita de noche con tapete, sobre la cual reposa un pequeño flexo, una servilleta arrugada, tres monedas, una caja de cerillas y un vaso y una botella vacías. Parece una imagen dadaísta.
Y nos preguntamos: ¿Qué poderosa razón impulsó a Stefan Zweig a poner fin a su vida con sesenta años? El psiquiatra brasileño Claudio de Araújo nos proporciona una valiosa pista en su imprescindible libro «Ascensión y caída de Stefan Zweig», publicado sólo dos meses después de la inmolación. De temperamento ciclotímico, Zweig padecía una profunda depresión durante su exilio brasileño, agravada por la mala costumbre de automedicarse con barbitúricos para combatir su insomnio crónico. De hecho, poco antes de suicidarse había compartido con unos amigos la fuerte melancolía que invadía su espíritu. «Simple accidente –escribe Araújo, a modo de “autopsia psiquiátrica” de su muerte– que, quizá, se hubiese podido evitar si cerca de él hubiese existido alguien capaz de interpretar menos poéticamente el estado enfermizo de su espíritu».


Leer más: ¿Qué distinguía a Stefan Zweig de Tolstoi? http://www.larazon.es/cultura/que-distinguia-a-stefan-zweig-de-tolstoi-EB14406332?sky=Sky-Enero-2017#Ttt1mYRe2POtrouU
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Victos S dijo...

Alguien que le hubiese impedido, en efecto, cometer semejante locura con oportunos consejos. ¿Tal vez León Tolstoi, aunque ya estuviese muerto...? Advirtamos que el escritor austríaco visitó por primera y última vez en su vida la URSS, en septiembre de 1928, para participar precisamente en los actos conmemorativos del centenario del nacimiento de Tolstoi. «No he visto en Rusia –consignó luego Zweig– nada más grandioso e impresionante que la tumba de Tolstoi». Sepultado bajo un pequeño túmulo rectangular en medio del bosque, sin cruz, ni lápida, ni inscripción, y ni siquiera su nombre: Tolstoi. «El gran hombre –se lamentaba Zweig– está enterrado en el anonimato; el que sufría como ninguno bajo el peso de su nombre y fama, enterrado como cualquier vagabundo hallado por casualidad».
Nuestro infortunado protagonista admiraba al príncipe ruso de las letras. Sabemos incluso que releyó alguno de sus libros en el ocaso de su vida. Pero no debió consultar de nuevo «Confesión», a juzgar por su decisión fatal. «Mi vida –se quejaba al principio el autor de Guerra y Paz– es una broma estúpida y cruel que alguien me ha gastado». Su profunda desazón, tras recorrer infructuosamente los bosques del conocimiento humano (ciencias, filosofía y artes) en busca de una explicación a su existencia, a punto estuvo de conducir a Tolstoi inexorablemente hacia el suicidio, como a Zweig, en el cenit de su vida, cuando ya era rico y célebre en todo el mundo.

Víctor Saltero dijo...


Una antigua fábula oriental cuenta la odisea de un viajero amenazado en la estepa por una bestia furibunda. Para escapar de ella, el hombre salta a un pozo y logra agarrarse a las ramas de un arbusto salvaje que crece entre las grietas. Pero los brazos empiezan a debilitarse y él sabe que en algún momento caerá al abismo de la muerte. Mientras se aferra a la vida, repara en que dos ratones comienzan a roer el tronco, y sabe que su destino le conducirá finalmente hasta las fauces del dragón. Entre tanto, el hombre se consuela lamiendo las gotas de miel que halla sobre las hojas del arbusto. Pero pronto esa sensación dulce y placentera, propia del epicúreo, se transforma en un amargo regusto incapaz ya de distraerle de su trágico destino: el dragón de la muerte.
La razón llevó a Tolstoi, como a Zweig, a concluir que la vida era absurda. Sólo cuando Tolstoi empezó a mirar hacia arriba, mientras permanecía suspendido de las ramas de la vida, logró liberarse del miedo. Sobre su cabeza halló entonces el sustento de una robusta columna. Ese pilar salvador no era otro que la fe en Dios; o como la definía el propio Tolstoi: «El conocimiento del sentido de la vida humana, gracias al cual el hombre no se aniquila, sino que vive». La convicción que le faltó a Zweig.

Stefan Zweig dejó escrita una hoja antes de poner fin a su vida en Persépolis. En el manuscrito explica que se despide de este mundo «de propia voluntad y con la mente clara». «Cada día –manifiesta– he aprendido a amar más este país, y no habría reconstruido mi vida en ningún otro lugar después de que el mundo de mi propio lenguaje se hundiese y se perdiese para mí, y mi patria espiritual, Europa, se destruyese a sí misma». Y concluye así: «Prefiero, pues, poner fin a mi vida en el momento apropiado, erguido, como un hombre cuyo trabajo cultural siempre ha sido su felicidad más pura y su libertad personal. Su más preciada posesión en esta tierra».

Ignatius Reilly dijo...

«A mi alrededor, la historia íntima y la historia pública giran sin tocarse». No soy yo quien dice esto, aunque lo suscriba, sino Edgardo Cozarinsky. En su película «La guerre d’un seul homme» (1981) plantea dos escrituras en paralelo: los noticiarios franceses durante la ocupación alemana de París y el diario que Ernst Jünger escribió allí en las mismas fechas. Dos formas de documentar la realidad, en ambos casos de manera caprichosa, como si todo cuanto creemos saber sobre aquella época -miedo, persecuciones y asesinatos nocturnos, colaboracionismo, antisemitismo y cosmopolitismo- no importase. Las imágenes describen desfiles donde la elegancia de los uniformes atrae más atención que una joyería, a oficiales nazis fotografiando con turístico asombro los monumentos y las ocurrencias de la vida diaria vistas desde un café; y las palabras en «voice over» dan cuenta de jardines laberínticos y fabulosos encuentros con famosos (Picasso, Cocteau, Gide...), ofreciendo a la literatura un tratado de paz para no tener que abordar «los desastres de la guerra». Uno podría pensar que Cozarinsky quiere ser irónico, a la manera de Martín Patino en «Canciones para después de una guerra» (1976), dejando que imágenes y palabras se contradigan o vayan por caminos divergentes; sin embargo, lo que pretende es poner de relieve hasta qué punto cuando el cine o la literatura intentan mostrar la realidad lo hacen enmascarándola, racionalizándola, domesticándola. Haciéndola más digerible. Su película recuerda que toda verdad es una verdad a medias.

Ignatius Reilly dijo...

Más sobre la última película basada en Zweig, en

http://www.abc.es/cultura/cultural/abci-europa-stefan-zweig-envejece-deprisa-201704070434_noticia.html

Lloviendo amares dijo...

Escalamos el suelo
a pie.

Solos o juntos,
sin abrigo ni guía, suelo adentro,
pasos arriba.

Seguimos, nos perdemos
y sobre el suelo plano
se suceden aludes y refugios.

A veces en la sima
del sueño coronamos
una verdad posible:

cada paso es la cumbre.

(ÁLVARO TATO)

Andreas Clevert dijo...

Danke für die Übersetzung. Gracia por la traduccion - la estaba buscando por un familiar de habla española.