martes, 18 de septiembre de 2012
La sonrisa en el rostro de la estatua (por William Bronk)
Este chico, por supuesto, estaba muerto, con lo que eso
signifique. Y noblemente muerto. Deberíamos creer
que murió noblemente. Tal vez cayó en batalla,
y esta piedra tallada lo recuerda
no como fue, quizás, sino delineando acaso
la virtud desnuda de que la piedra lo inviste.
Un pie adelantado, los ojos atentos, los brazos
a los costados, las manos por debajo de la delgada cintura
colgando a los lados, con serena plenitud, junto a los flancos macizos.
El chico estaba muerto, y en su muerte la piedra sonríe
iluminando los labios satisfechos con el placer de algo logrado:
un fin. Llegar a un fin. Llegar a la muerte
como un fin. Y al llegar, llevar allí intacto, todo el peso
de su fuerza y su virtud, la recompensa con que se
llenan sus manos vacías. Nada de eso perdido,
a salvo en casa, y la sonrisa alcanzada al final.
Ahora la muerte, de la que aún—o jamás — se sabe nada,
nos deja a solas para que pensemos de ella lo que queramos,
y acepta nuestra elección, que moldea la vida hasta la muerte.
¿Deseamos un final? Eso nos da; y toma lo que damos
y lo guarda; y el fin, de esta manera, tiene en la vida misma,
una especie de casa del tesoro bellamente
alcanzada y abandonada con la muerte,
donde permanecer, eternamente hermoso e intacto, como si
desear demasiado la forma perfecta, indemne,
fuera lo mismo que desear la muerte, como elegir la otra opción
para la muerte. Hay otras maneras; nosotros sabemos elegir
otra opción para la muerte: informes o rotos, no del todo plenos, perplejos,
vivimos en un mundo sin forma. Eternos, no esperamos ningún fin.
Te digo muerte, no esperes una sonrisa de orgullo
de mi parte. No traigo nada para ti en mis manos vacías.
signifique. Y noblemente muerto. Deberíamos creer
que murió noblemente. Tal vez cayó en batalla,
y esta piedra tallada lo recuerda
no como fue, quizás, sino delineando acaso
la virtud desnuda de que la piedra lo inviste.
Un pie adelantado, los ojos atentos, los brazos
a los costados, las manos por debajo de la delgada cintura
colgando a los lados, con serena plenitud, junto a los flancos macizos.
El chico estaba muerto, y en su muerte la piedra sonríe
iluminando los labios satisfechos con el placer de algo logrado:
un fin. Llegar a un fin. Llegar a la muerte
como un fin. Y al llegar, llevar allí intacto, todo el peso
de su fuerza y su virtud, la recompensa con que se
llenan sus manos vacías. Nada de eso perdido,
a salvo en casa, y la sonrisa alcanzada al final.
Ahora la muerte, de la que aún—o jamás — se sabe nada,
nos deja a solas para que pensemos de ella lo que queramos,
y acepta nuestra elección, que moldea la vida hasta la muerte.
¿Deseamos un final? Eso nos da; y toma lo que damos
y lo guarda; y el fin, de esta manera, tiene en la vida misma,
una especie de casa del tesoro bellamente
alcanzada y abandonada con la muerte,
donde permanecer, eternamente hermoso e intacto, como si
desear demasiado la forma perfecta, indemne,
fuera lo mismo que desear la muerte, como elegir la otra opción
para la muerte. Hay otras maneras; nosotros sabemos elegir
otra opción para la muerte: informes o rotos, no del todo plenos, perplejos,
vivimos en un mundo sin forma. Eternos, no esperamos ningún fin.
Te digo muerte, no esperes una sonrisa de orgullo
de mi parte. No traigo nada para ti en mis manos vacías.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
10 comentarios:
El poema habla de un joven hecho estatua. Y yo que no entiendo que alguien pueda desear que le hagan una estatua. Me sentiría ridícula en una figura de piedra, más aún en una plaza o rotonda (para distribuir el tráfico). Todavía un retrato al óleo, una foto artística... pasen. ¡Pero una estatua! (Y sin embargo hay quienes quieren verse "inmortalizados" -ja, ja- en una estatua, encima del pedestal para parecer más altos, e incluso a lomos de un caballo -oh, sí, la estatua ecuestre de... quien todos sabemos)
Pues también debe ser un trago verse esculpido en el museo de cera. Y más aún retirado de él (llevado al cementerio de la cera), como Marichalar y Urgandarín.
Ja ,ja: los dos cuñadísimos, derretidos. Hala, más cera, buena para hacer velas por si se va la luz.
Si realmente el período de noviazgo es el más bello, ¿por qué se casan los novios?
(KIERKEGAARD)
Nadie ponga la viña
junto al camino
porque todo el que pasa
corta un racimo.
Y de ese modo
se la van vendimiando
sin saber cómo.
Los peces no precisan llorar pues el mar es, todo él, una gran lágrima.
Sin darte cuenta
más de mil veces hoy
parpadeaste.
(CUQUI COVALEDA)
Lo extraordinario asombra a todos. Lo ordinario sólo asombra al artista.
Hojas del árbol caídas
juguete del viento son.
Las ilusiones perdidas,
¡ay!, son hojas desprendidas
del árbol del corazón.
Nuestra alma es algo sucio, y es una suerte que no huela a nada.
(PESSOA)
Publicar un comentario