martes, 16 de julio de 2013
Me refiero a las flores de cuneta (por Miguel d´ Ors)
No tienen el prestigio de la rosa,
ni ocupan con su aroma los crepúsculos, como
los dondiegos de noche y los jazmines,
ni se andan con las ínfulas heráldicas
de las flores de lis,
ni se mantienen lejos de la vida,
como el acanto (al que jamás ha visto
nadie bajarse de los capiteles
corintios) o los graves aligustres
que cantan los poeti laureati,
ni llegan a las masas como esos
claveles encarnados que suenan como un «ole»
si una mujer morena se los pone en el pelo.
Me refiero a las flores de cuneta,
esas que nunca vemos
en los poemas: simples margaritas,
collejas, corregüelas, malvas, dientes
de león, digitales, las niñas amarillas
de la xesta y el tojo, y esas otras
tan bonitas –no sé cómo se llaman–
que lucen, agrupadas como en constelaciones,
una versión barata del azul
de las gencianas de los Pirineos.
Ya sé que les da cosa salir en los papeles
y se sienten cohibidas en los endecasílabos,
pero, por ser humildemente humildes
(no como la violeta,
muy modestiña, sí, pero ahí la tienes,
pregonada en el Guiness con el número 1
en el ranking worldwide
de la modestia), porque me conmueve
ver cómo van creciendo
–buenas vecinas de las lagartijas–
entre los tapacubos expósitos, las latas
de refrescos, el óxido y los bichos
espachurrados, porque si las miras
con buenos ojos tienen su belleza
–de arte menor si quieres, pero segura: como
la de una novia de tu mismo pueblo–,
porque de alguna forma luchan en la frontera,
porque son la vanguardia de mi misma
guerra con el asfalto y el CO2,
que, con palabras tan fáciles como ellas,
estos versos les rindan homenaje.
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4 comentarios:
Somos los hombres del mañana. Que, por cierto, es lunes.
(TIP Y COLL)
¿Qué quiere usted que le haga?
Una pena sin alivio
sólo la muerte la acaba.
Hombre celoso no tiene reposo.
Ya sale el sol.
La lluvia se resguarda
bajo los árboles.
(GARCÍA MÁIQUEZ)
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