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domingo, 23 de octubre de 2016

Llevarse de la vida (por Fernando Pessoa)


La persistencia instintiva de la vida a través de la apariencia de la inteligencia es para mí una de las contemplaciones más íntimas y más constantes. El disfraz irreal de la conciencia sirve tan sólo para ponerme de relieve a la inconsciencia que no disfraza.

Desde el nacimiento hasta la muerte, el hombre vive como siervo de la propia exterioridad de sí mismo que tienen los animales. No vive toda la vida, sino que vegeta en mayor grado y de manera más compleja. Se guía por normas que no sabe que existen, ni que por ellas se guía, y sus ideas, sus sentimientos, sus actos, son todos inconscientes —no porque en ellos falte la conciencia, sino porque no hay en ellos dos conciencias-.

Vislumbres de tener la ilusión —tanto, y no más, tiene el más grande de los hombres-.

Sigo, en un pensamiento divagatorio, la historia vulgar de las vidas vulgares. Veo cómo en todo son siervos del temperamento subconsciente, de circunstancias externas ajenas, de los impulsos de familiaridad y falta de ella que en él, por él y con él, se incuban como cosa de poco.

Cuántas veces les he oído decir la misma frase que simboliza todo lo absurdo, toda la nada, toda la ignorancia hablada de sus vidas. Es esa frase que dicen a propósito de cualquier placer material: «es lo que uno se lleva de esta vida»… ¿A dónde se lo lleva? ¿Para dónde se lo lleva? ¿Para qué se lo lleva? Sería triste despertarlos de la sombra con una pregunta como éstas… Habla así un materialista, porque todo hombre que habla así es, aunque subconscientemente, materialista. ¿Qué es lo que piensa llevarse de la vida, y de qué manera? ¿A dónde se lleva las chuletas de cerdo y el vino tinto y la chica casual? ¿A qué cielo en el que no cree? ¿A qué tierra a la que no se lleva sino la podredumbre que toda su vida ha sido a escondidas? No conozco frase más trágica ni más plenamente reveladora de la humanidad humana. Así dirían de sus placeres sonámbulos los animales inferiores al hombre en la expresión de sí mismos. Y quién sabe si, yo que hablo, al escribir estas palabras con una vaga impresión de que podrán durar, no creo también que la memoria de haberlas escrito es lo que «me llevo de esta vida».

Y, como el inútil cadáver del vulgar a la tierra común, baja al olvido común el cadáver igualmente inútil de mi prosa hecha atendiendo. ¿Las chuletas de cerdo, el vino, la chica del otro? ¿Por qué me burlo yo de ellos? Hermanos en la común ignorancia, maneras diferentes de la misma sangre, formas diferentes de la misma herencia —¿quién de nosotros podrá renegar del otro?-.

6 comentarios:

hAiKu dijo...

Don Juan Tenorio
la guerra contra Hálloween
tiene perdida.

(CUQUI COVALEDA)

ORáKULO dijo...

O te aclimatas o te aclimueres.

hAiKu dijo...

Justo ahora,
allá en aquella estrella
¿qué hora será?

(RAPHAEL BALDAYA)

Cide Hamete Benengeli dijo...

Tu calle ya no es tu calle,
que es una calle cualquiera
camino de cualquier parte.

Lloviendo amares dijo...

La inteligencia es la fuerza solitaria para extraer del caos de la propia vida el puñado de luz suficiente para iluminar un poco más allá de uno mismo, hacia el otro, allí, caminando igual de perdido en la oscuridad.

(BOBIN)

batiBURRILLO dijo...

Quiero verme a mí misma en el espejo. Lo que más me gustó en el mundo fue el agua: beberla, mirarla, imaginarla. En este vaso la tengo presa, aunque esté mezclada con otra cosa menos pura. Me acercaré a besarte, espejo. Qué fresca, qué incontaminada, qué parecida a nadie eres. Pego mis labios a tus labios como si nadie pudiera separarnos jamás. Todas las fotografías son espejos de lo que fuimos, pero no de lo que somos ni de lo que seremos. Deja que me mire. Soy lo único que no conozco. Voy a beber algo mejor que la vida. Por suerte ya sé todo lo que no soy yo. Me acercaré al espejo. Quiero besarme. Nada me impedirá besarme. Nada me impedirá arrodillarme. Tu boca, espejo, es fresca como el agua. Me da miedo. No existe la distancia que nos separa, ni el frío helado de tu superficie lisa. Voy a morir ahora mismo. Me desvestiré, y quedaré desnuda. Totalmente desnuda. Si alguien se acerca, que se vaya y me deje sola bajo la mirada mía que pronto se terminará. Qué extraño ruido. ¿De dónde proviene? Lo oigo venir desde arriba, como si algo se estuviera rompiendo. Hace tanto que vengo a esta casa y nunca lo he oído. ¿Los ratones se habrán metido detrás del espejo? O bien algo se está despegando en esta mole gigantesca. ¿Por qué te tengo tanto miedo, espejo, si antes no te temía? Antes me acercaba, ahora me alejo. ¿Me vas a matar? ¿Te atreverás? Moriré bajo tus cristales. Me arrodillaré a tus pies. Me taparé la cabeza con mis brazos para no ver caer tu cascada de vidrios. Qué porquería eres. Me buscaré a mí misma en todos tus pedazos: un ojo, una mano, un mechón de pelo, mis pies, mi ombligo, mis rodillas, mi espalda, mi nuca tan querida, nunca podré juntarlos.

—Poca voz me queda. Los que me buscan son las alimañas, los ratones, el polvo. La muerte de una persona no es igual a la muerte de un espejo. No creí tener esta suerte de morir contigo.

(SILVINA OCAMPO)