frío, empañado, con trasluz de invierno.
Escribe el nombre de ella y, a través
de las líneas que traza con el dedo,
la ha visto en un paraje solitario
con el mar y las rocas en la noche.
Al fondo, las estrellas: de pronto, las gaviotas
alzan el vuelo como un resplandor
al paso de un falucho. Se ha engañado:
detrás de la ventana hay una calle
que el alba hace más triste, sin un alma,
con coches aparcados.
Tras las líneas comienza a amanecer:
el sol naciente borrará ese nombre
en la escarcha rosada del cristal.
3 comentarios:
Sobre un vidrio mojado escribí tu nombre sin darme cuenta...
Y mis ojos quedaron igual que ese vidrio, pensando en ella.
No se ve el sol;
amaneció nublado.
Bajo al jardín
de palacio y con pena
ando por donde él iba.
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