por la playa. El hombre joven
lleva al bebé en una mochila.
Eso le permite tener las manos libres,
así puede coger con una la de su mujer
y balancear la otra. Cualquiera se daría cuenta
de lo felices que son. Y la intimidad. Cuánta armonía.
Son más felices que nadie, y lo saben.
Se sienten agradecidos por ello, son humildes.
Caminan hasta el final de la playa
y desaparecen de mi vista. Eso es, me digo,
y vuelvo a lo que rige
mi vida. Pero a los pocos minutos
vuelven caminando por la playa.
Lo único distinto
es que se han cambiado de lado.
Ahora él va al otro lado de ella,
al lado del océano. Ella, de este lado.
Pero todavía andan de la mano. Parecen incluso,
si cabe, más enamorados. Y es así.
Yo mismo paseé por allí muchas veces.
El suyo es un paseo modesto, quince minutos
de ida y quince minutos de vuelta.
Han tenido que sortear a su paso
alguna roca y rodear enormes troncos,
moverse deprisa cuando se acercaban con fuerza las olas.
Caminan tranquilos, despacio, cogidos de la mano.
Saben que el agua es imprevisible,
pero son tan felices que la ignoran.
El amor en sus rostros jóvenes. Su encuadre.
Puede que dure siempre. Si tienen suerte,
si son buenos, y lúcidos. Y prudentes. Si siguen
amándose sin límites.
Si son sinceros el uno con el otro, sobre todo eso.
Están seguros de que lo serán.
Vuelvo a mi trabajo. Mi trabajo vuelve a mí.
Del agua se levanta un leve viento.
3 comentarios:
No hay amor sin dolor.
Tú - como yo -
por amores sufriste
mas, con todo y con eso,
es lo mejor que existe.
Yo no sé que rareza
los dos tenemos,
que cuanto más reñimos
más nos queremos.
Amores reñidos son los más queridos.
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