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jueves, 16 de febrero de 2017

Y descubierto su costado frágil (por Sharon Olds)


Vi a mi padre desnudo, una vez, abrí

la puerta azul del baño,

que él siempre trababa –si se abría, no había nada–

y ahí, rodeado de brillantes cerámicas

turquesas, sentado en el inodoro, estaba mi padre,

todo él, y todo él

era piel. En un instante, mi mirada lo recorrió

de un único, súbito, limpio

tirón, hacia arriba: dedos del pie, tobillo,

rodilla, cadera, costilla, cuello,

hombro, codo, muñeca, dedos

mi padre. Se veía tan desprotegido,

sin costuras, y tímido, como una nena en el inodoro,

y si bien yo sabía que estaba sentado ahí

para defecar, no había vergüenza,

había una paz humana. Él me miró,

yo dije Perdón, retrocedí, cerré la puerta

pero lo había visto, mi padre un cordero esquilado,

mi padre una nube en el cielo azul

del baño azul, mi ojo había subido

por la montaña, la ruta sinuosa del

hombre desnudo, había doblado la esquina,

y descubierto su costado frágil –tierna

barriga, frontera de la pélvica cuna.




4 comentarios:

E. G-Máiquez dijo...

Es un poema muy bonito. Ese "todo piel" es un acierto grande. En cambio, echo de menos que se nos informe de la edad del hijo. No es lo mismo el poema si el que entra en el baño es un niño, que un preadolescente, que un joven...

No está en mi antología porque ésta es sólo de poesía hispánica.

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...

Gracias, Enrique, por tu visita y comentario. Es un placer y un honor que te acerques a nuestro modesto blog.

E. G-Máiquez dijo...

El placer, mío. Y el error. He caído en que Miss OS es señora o señorita, lo que vuelve quizá mi pregunta sobra su edad todavía más vital; y quizá más comprensible que ella prefiriese (un velo de pudor) callarla.

Fuego de palabras dijo...

Siento tu cuerpo entero junto al mío;
tu carne
es
como un ascua,
fresca e imprescindible
que está fluyendo hacia
mi cuerpo, por un puente
de miel lenta y silábica.
Hay un solo momento en que se junta
el cuerpo con el alma,
y se sienten recíprocos,
y viven
su trasfiguración,
y se adelantan
el uno al otro en una misma entrega,
desde su mismo origen deseada.
Siento tus labios en mis labios, siento
tu piel desnuda y ávida,
y siento,
¡al fin!
esa frescura súbita

como una llamarada
de eternidad, en que la carne deja
de serlo y se desata,
se dispersa en el vuelo,
y va cayendo
en la tierra sonámbula
de tu cuerpo que cede interminable-
mente cediendo,
hasta
que el vuelo acaba y ya la carne queda
quieta, milagreada,
y me devuelve al cuerpo,
y todo ha sido

un pasmo, un rebrillar y luego nada.

(LUIS ROSALES)