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viernes, 31 de marzo de 2017

Un gigante espantoso (por Anna Crowe)



Estaba de pie al final del vagón.

Un gigante espantoso vestido de cuero negro,

con franjas y clavos y el pelo rojo cortado a lo mohicano.

Ha venido a sentarse en el asiento de al lado.


Y de pronto: Las plantas son extraordinarias, ¿no es verdad?

La voz, con un fuerte acento del Ulster. Y levanta la mirada del libro,

los ojos brillantes bajo la cresta leonada.

—Si no fuera por las plantas,

si no fuera por los haces vasculares,

nosotros no podríamos mantenernos en pie.

Habla con un crujir de cuero,

con un sonido como el de las ramas de un pinar

al rozarse entre sí. Y una multitud de clavos,

desde las orejas hasta los desnudos brazos con pulseras,

y sus elocuentes mitones con puños de hierro,

relucen y destellan como la lluvia sobre los cardos.


Es un hombre verde que habla hojas.

El frondoso follaje llena el vagón

de rumores susurrados: de palabras que componen

una música linneana, dejando espacio

para que el colobo, la catleya y la manorina campaneras

se asomen a hurtadillas desde las periferias del habla.


Durante una hora dominó la conversación con un lenguaje

tan por encima de mí como una secuoya.

Esquivo como el jaguar, y con todo perdido.

Todo menos aquellos hogareños y resonantes

haces vasculares. Ah, y el salterio.

Tocaba el salterio en un conjunto de folk-rock,

e iba tocar a Newcastle, donde bajó del tren.


Pienso en cómo le había temido,

de cómo tememos lo que no conocemos.

Y cuando oigo por la radio los silbidos

y los tambores de los orangistas que marchan,

intento imaginar la melodía adaptada para salterio,

oyendo las cuerdas mansamente pulsadas,

viendo una figura vestida de negro,

alto como un cedro del Líbano y bailando,

como David con su salterio

ante el Señor.

5 comentarios:

Pablo M dijo...

Se teme lo que no se conoce. Por eso puede tenerse miedo de cualquier cosa, pues nada ni a nadie se conoce del todo.

hAiKu dijo...

El inodoro
a todos nos iguala
como la muerte.

( MAR SAIZ APARICIO )

Anónimo dijo...

El inodoro
del papa de Aviñón
era de oro.

Es gran macana
que un papa es cuando jiña
como tu hermana.

Por el contrario,
bacines de alabastro
gasta a diario.

Escatolóhaiku dijo...

Al pobre váter,
siempre tan servicial,
damos el culo.

Fred dijo...

Apunte humilde:
no diría lo mismo
don Oscar Wilde.

Él no vería
como una desgracia
tal cortesía

Pues cortesía
es que le den a uno
lo que quería.