Felicidad
es un café y un libro
de Stefan Zweig.
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Felicidad
es “Por una cabeza”
en el piano.
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Felicidad
es jugar con un perro
y él conmigo.
Felicidad
es mis pies dando pasos
por la montaña.
es reír a la vez
que tú te ríes.
Felicidad
es en tu recoveco
acurrucarme.
8 comentarios:
Yo jugaba a las cartas con mi abuela y mi abuelo, tras salir del colegio. Eran tardes de invierno, y delante una taza de chocolate caliente y unas galletas caseras que mi abuela horneaba. Fuera hacía frío. Nosotros sentados al calor del brasero. Y ahora (al cabo de las décadas) creo, mira por dónde, que aquellos fueron los mejores, los más felices momentos de mi vida.
De Stefan Zweig
la rareza de hallar
quien lo recuerde.
De tu baraja, Pablo,
los reyes más hermosos
son tus abuelos.
Felicidad,
para un baturro,
es montar en un burro.
(Al Vano)
Dices que no la quieres
ni vas a verla,
pero su veredita
nunca echa hierba.
Mis abuelos y aquella gata gris que se sentaba junto al brasero. Olvidé mencionarla.
Mis tres reyes (magos).
Para tu gata
pececillos de oro
y un flan con nata.
(Marqués de Ripiabene)
¿Que no la quiero?
Si tengo machacada
su veredita...
(Cardenio)
De la piel para dentro empieza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que puede o no cruzar esa frontera. Soy un estado soberano, y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país.
(ESCOHOTADO)
Es un día caluroso de junio, el sol cuelga quieto del cielo y no hay un hálito de viento o de aire, ni una traza de nubes; el patio y el jardín, como hornos; ni un pájaro se atreve a volar. El sudor corre por todo mi cuerpo en arroyitos. Tengo enfrente la comida del mediodía pero no puedo tomarla por el calor. Pido un tapete para extenderlo en el suelo y tirarme ahí, pero el tapete está enfermo de humedad y las moscas vuelan como un enjambre y se me paran en la nariz, y no quieren irse. En este momento, cuando siento que mi desventura es completa, suena un trueno de pronto, y grandes masas de nubes negras se acercan majestuosas como un gran ejército que avanza a la batalla. De los aleros comienza a caer el agua de la lluvia como cataratas. El sudor se detiene. El suelo se quita lo pegajoso. Todas las moscas desaparecen para esconderse y puedo comer mi arroz. Ah, ¿no es esto la felicidad?
Un amigo al que no veo desde hace diez años llega de pronto, a la puesta de sol. Abro la puerta para recibirlo y, sin preguntarle si llegó por agua o tierra, y sin pedirle que se siente en la cama o en el diván, voy al cuarto interior y con humildad le pregunto a mi esposa: “¿Tienes un galón de vino como la esposa de Su Tungp’o?”. Mi esposa se quita alegremente del pelo su pasador de oro para venderlo. Calculo que nos durará tres días. Ah, ¿no es esto la felicidad?
No tengo nada que hacer luego de una comida y trato de revisar las cosas guardadas en viejos arcones. Veo que hay docenas o centenares de pagarés de gente que debe dinero a mi familia. Algunos han muerto y otros viven todavía, pero de todas maneras no hay esperanza de que devuelvan el dinero. Sin que nadie me vea hago una pila con los papeles y enciendo con ellos una hoguera, y miro al cielo y veo desaparecer la última huella de humo. Ah, ¿no es esto la felicidad?
Es un día de verano. Salgo descalzo, la cabeza descubierta, con una sombrilla, para ver a los jóvenes que entonan canciones del pueblo de Suzhou mientras trabajan en la rueda de agua del molino. El agua salta sobre la rueda a borbotones, como plata derretida o nieve que se funde en la montaña. Ah, ¿no es esto la felicidad?
Ha estado lloviendo un mes entero, y estoy tirado en la cama, por la mañana, como un ebrio o un enfermo, y me niego a levantarme. De pronto oigo un coro de pájaros que anuncian un día claro. Corro rápidamente la cortina, abro la ventana y veo el sol hermoso que brilla y resplandece, y el bosque invita a darse un baño. Ah, ¿no es esto la felicidad?
De noche me parece oír que alguien piensa en mí a la distancia. Al día siguiente voy a visitarlo. Entro por su puerta y miro alrededor del cuarto, y lo veo sentado a su escritorio, cara al sur; lee un documento. Me ve, asiente con suavidad y me toma de la manga para sentarme, y dice: “Ya que estás aquí, ven a mirar esto”. Y reímos y gozamos hasta que han desaparecido las sombras de las paredes. Siente hambre y me pregunta lentamente: “¿Tú también tienes hambre?”. Ah, ¿no es esto la felicidad?
Encontrar una carta manuscrita de algún viejo amigo en un arcón. Ah, ¿no es esto la felicidad?
Un sabio pobre viene a pedirme dinero, pero tiene timidez antes de mencionar el tema y por eso deja que la plática derive en otras cuestiones. Veo su incómoda situación, lo hago a un lado, adonde estemos solos, y le pregunto cuánto necesita. Luego entro a la casa y le doy el dinero; después le pregunto: “¿Tiene usted que irse de inmediato a arreglar su asunto o puede quedarse un rato y beber algo conmigo?”. Ah, ¿no es esto la felicidad?
Abrir la ventana y lograr que una avispa salga del cuarto. Ah, ¿no es esto la felicidad?
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Ching Shengtan (chino; siglo XVII).
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