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viernes, 3 de noviembre de 2017

Calendario de pared para el año 1973 (por Wislawa Szymborska)


¿Y por qué no dedicarle algunas palabras a ese calendario de pared al que le vamos arrancando las hojas? No deja de ser un libro, después de todo, y bastante gordo, ya que no puede tener menos de 365 páginas. Llega a los kioscos en una edición que alcanza 3.300.000 ejemplares, por lo que se convierte en el mayor best-seller. Exige a sus editores una puntualidad absoluta, dado que su aparición en el mundo editorial no puede retrasarse un año o año y medio. Requiere una perfección profesional de sus correctores, puesto que el más mínimo error podría remover la conciencia del público lector. Da miedo imaginar una semana con dos miércoles, o que el día de San Jorge usurpe la fiesta de San José. El calendario no es como una obra científica a la que pueda añadírsele una fe de erratas. Tampoco es un volumen de poesía en que los errores del corrector pasan como un capricho de la inspiración. Toda esta argumentación nos lleva a concluir que tenemos entre manos una rareza editorial. Pero no es todo. El destino del calendario no es más que su progresiva liquidación al ir arrancándole las hojas. Millones de libros nos sobrevivirán y, entre ellos, habrá muchos que serán ridículos, desfasados o mal escritos. El calendario es el único que no se propone sobrevivir a nuestra muerte, no reclama ser mantenido en el estante de una biblioteca y su vida es necesariamente breve. En su modestia, ni siquiera sueña con ser leído concienzudamente hoja a hoja, y sus páginas sólo incluyen el preciado texto por si acaso. Hay en él un poco de todo: aniversarios históricos que caen en un determinado día, rimas, grandes frases, chistes (los típicos de los calendarios, por supuesto), informaciones estadísticas, adivinanzas, advertencias contra el tabaco y consejos varios para combatir los insectos domésticos. Una extraordinaria maraña de materias y enormes disonancias: la más excelsa historia junto a la trivialidad del día a día; sentencias de filósofos rivalizando con pronósticos del tiempo rimados; biografías de héroes acariciando benévolamente los prácticos consejos de la tía Clementina…Los habrá que se escandalicen por ello; pero a nosotros, que vivimos en Cracovia (y, por tanto, en las proximidades de las tumbas reales), nos conmueve la ambigüedad del calendario. He llegado incluso, a percibir en él algún tipo de semejanza secreta con las grandes novelas universales, como si el calendario fuera un pariente de la epopeya, un hijo legítimo suyo…Y cuando he tropezado con algún fragmento de un poema mío debajo de una fecha determinada (¡una próspera, espero!), he aceptado el hecho con melancólica humildad. En el reverso estaba la receta del pastel de queso vienés: medio kilo de queso, una cucharada de fécula de patata, una taza de azúcar, seis cucharadas de mantequilla, cuatro huevos, especias y pasas. Y, para finalizar, aprovecho esas pasas para desear Feliz Año Nuevo a mis magnánimos lectores.



4 comentarios:

Pablo M dijo...

Es el libro -aburrido, divertido, triste, alegre...- que todos escribimos con nuestro vivir.

Aldonza Lorenzo dijo...

Consejo sin remedio, no vale un real ni medio.

Anónimo dijo...

Me gusta más almanaque que calendario. Tiene más alma.

casa de citas dijo...

La televisión es un procedimiento vil de cretinización humana.

(DALÍ)