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domingo, 4 de marzo de 2018

Sólo que el tiempo lo ha invadido todo (por Nicanor Parra)


A recorrer me dediqué esta tarde
las solitarias calles de mi aldea
acompañado por el buen crepúsculo
que es el único amigo que me queda.
Todo está como entonces, el otoño
y su difusa lámpara de niebla,
sólo que el tiempo lo ha invadido todo
con su pálido manto de tristeza.
Nunca pensé, creédmelo, un instante
volver a ver esta querida tierra,
pero ahora que he vuelto no comprendo
cómo pude alejarme de su puerta.
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas
ni sus viejos portones de madera.
Todo está en su lugar; las golondrinas
en la torre más alta de la iglesia;
el caracol en el jardín, y el musgo
en las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, éste es el reino
del cielo azul y de las hojas secas
en donde todo y cada cosa tiene
su singular y plácida leyenda:
hasta en la propia sombra reconozco
la mirada celeste de mi abuela.
Estos fueron los hechos memorables
que presenció mi juventud primera,
el correo en la esquina de la plaza
y la humedad en las murallas viejas.
¡Buena cosa, Dios mío! nunca sabe
uno apreciar la dicha verdadera,
cuando la imaginamos más lejana
es justamente cuando está más cerca.
Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice
que la vida no es más que una quimera;
una ilusión, un sueño sin orillas,
una pequeña nube pasajera.
Vamos por partes, no sé bien qué digo,
la emoción se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del silencio
cuando emprendí mí singular empresa,
una tras otra, en oleaje mudo,
al establo volvían las ovejas.
Las saludé personalmente a todas
y cuando estuve frente a la arboleda
que alimenta el oído del viajero
con su inefable música secreta
recordé el mar y enumeré las hojas
en homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi viaje
como quien de la vida nada espera.
Pasé frente a la rueda del molino,
me detuve delante de una tienda:
el olor del café siempre es el mismo,
siempre la misma luna en mi cabeza;
entre el río de entonces y el de ahora
no distingo ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, éste es el árbol
que mi padre plantó frente a la puerta
(ilustre padre que en sus buenos tiempos
fuera mejor que una ventana abierta).
Yo me atrevo a afirmar que su conducta
era un trasunto fiel de la Edad Media
cuando el perro dormía dulcemente
bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve
el delicado olor de las violetas
que mi amorosa madre cultivaba
para curar la tos y la tristeza.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces
no podría decirlo con certeza;
todo está igual, seguramente,
el vino y el ruiseñor encima de la mesa,
mis hermanos menores a esta hora
deben venir de vuelta de la escuela:
¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo
como una blanca tempestad de arena!


5 comentarios:

hAiKu dijo...

Los mismos sitios
con el paso del tiempo
son otros sitios.

casa de citas dijo...

Si uno tiene que empezar a hablar de uno mismo diría: yo nací el año tal en Madrid, mi padre era tal, mi madre era cual. Inmediatamente, en cuanto uno dice eso, lo de que mi padre era tal desde que era mi padre... Antes de ser mi padre pasaron tantos años.. Uno se da cuenta de que lo normal es no saber nada de la clase de persona, de la clase de vida que había llevado tu padre o tu madre antes de que tú existieras. No en el sentido de que fueran unos facinerosos, sino cuáles habían sido sus deseos, si se querían mucho o estaban el uno con el otro porque no les quedó más remedio, o la persona a la que amaban les dio calabazas. En realidad no sabes. Con lo cual yo siempre digo que está muy bien el famoso comienzo de David Copperfield, de Charles Dickens: «Para empezar por el principio. Yo nací (o eso me han dicho, y yo lo creo)». Yo nací, y eso lo decimos todos tan tranquilos: «Yo nací en Madrid en 1951», podría decir. Pero habría que añadir «o eso me han dicho, y yo lo creo». Con lo cual no sabemos nada, ni siquiera de nosotros mismos.

(JAVIER MARÍAS)

ORáKULO dijo...

El amor sin sacrificio se parece a robar.

hAiKu dijo...

Bailan las nubes,
las hojas, los vilanos
al son del viento.

(CUQUI COVALEDA)

cajón desastre dijo...

Cualquier lectura de un texto literario es válida, excepto la de su autor.

(VICENTE NÚÑEZ)