Me he acostumbrado a beber la noche lentamente,
porque sé que la habitas, no importa dónde,
poblándola de sueños.
El viento de la noche abate estrellas temblorosas en
mis manos, que aún no se conforman, viudas inconsolables
de tu pelo.
En mi corazón se agitan los pájaros que en él sembraste
y a veces les daría la libertad que exigen
para volver a ti, con el helado filo del cuchillo.
Pero no puede ser. Porque estás tan en mí, tan viva
en mí, que si me muero a ti te moriría.
3 comentarios:
La ausencia por todas partes, la ausencia omnipresente.
Esa incapacidad mía, lo sé; triste incapacidad para comprender lo que me rodea; para entrever, tras unos ojos que nos miran un momento al pasar; tras unos labios callados, al cruzarse con nosotros; tras una frente hermética, el mundo de emoción, de calor, de ternura que puede estar oculto dentro, llamando desesperadamente.
Somos cajas cerradas, bien cerradas; y mudas, y ciegas.
Vamos, por ejemplo, ahí, en la ciudad, en un tranvía, sentados y callados, hombres y mujeres, unos frente a otros, cada uno con sus ojos de color distinto y expresión diferente, asomándose por ellos a la vida de fuera, y, sin embargo, sin dejarse ver nada, sin ver nada tampoco. ¿ Qué sabemos de lo que se esconde detrás de cada frente?... Generalmente, nada.
Somos unos para otros como figuras de cera, que andan y se mueven, sin amor, sin alma, sin ser.
(GALVARRIATO)
Al mirar quién me aguardaba no vi otra cosa que a mí misma.
(PIZARNIK)
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