Tráeme el atardecer en una copa,
examina los frascos de la mañana
y dime cuánto rocío hay;
y dime hasta dónde se movió la mañana,
dime a qué hora duerme el tejedor
que urdió la amplitud del azul.
Consígname cuántas notas componen
el nuevo éxtasis del petirrojo
entre las ramas asombradas;
cuántos viajes emprende la tortuga;
cuántas copas comparten las abejas,
libertinas del rocío.
Y también, quién alzó los pilares del arco iris,
y quién conduce las dóciles esferas
con cuerdas de azul flexible.
Qué dedos sujetan las estalactitas;
quién lleva las cuentas de la noche,
para saber si alguno queda en deuda.
Quién construyó esta cabaña
y cerró sus ventanas de tal modo
que mi espíritu no es capaz de ver.
Quién me permitirá salir, algún día de fiesta,
breve pompa,
con aparejos de vuelo.
1 comentario:
Tal vez las dóciles esferas se conduzcan a sí mismas: se autoconduzcan. No todo lo que se mueve es conducido por alguien. ¿Quién conduce al viento?
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