Cuando me mudaba de una casa a otra
había muchas cosas para las que no tenía espacio.
¿Qué podía hacer? Alquilé un trastero.
Y lo llené. Los años pasaron.
De vez en cuando iba allí y miraba,
sin que nada ocurriera,
ni una sola punzada en el corazón.
Cuantos más años cumplía, las cosas que me importaban
eran cada vez menos, pero más importantes.
Así que un día rompí el candado
y llamé al basurero.
Se lo llevó todo.
Me sentí como el burrito
al que finalmente le quitan la carga de encima.
¡Cosas!
¡Quémalas, quémalas!
¡Haz un hermoso fuego!
¡Habrá más espacio en tu corazón para el amor,
para los árboles!
Para los pájaros que nada poseen,
que es la razón por la que pueden volar.
2 comentarios:
Trastos viejos, pocos y lejos.
A la luz de una vela el mundo es otro:
más íntimo, más tibio,
más cercano, más pobre.
Su llama sabe iluminar el alma
secreta de las cosas,
las envuelve en su luz,
que antes fue flor,
las descubre y abriga,
las acaricia y dora.
A la luz de una vela
vuelve el mundo a su ser,
a su existencia
inestable, precaria, vacilante,
efímera, modesta,
impredecible.
(MUNÁRRIZ)
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