jueves, 20 de septiembre de 2012
Monsieur Marcel [Proust] no se da cuenta de nada (por Álvaro Mutis)
¿En qué rincón de tu alcoba, ante qué espejo,
tras qué olvidado frasco de jarabe,
hiciste tu pacto?
Cumplida la tregua de años, de meses,
de semanas de asfixia,
de interminables días del verano
vividos entre gruesos edredones,
buscando, llamando, rescatando,
la semilla intacta del tiempo,
construyendo un laberinto perdurable
donde el hábito pierde su especial energía,
su voraz exterminio;
la muerte acecha a los pies de tu cama,
labrando en tu rostro milenario
la máscara letal de tu agonía.
Se pega a tu oscuro pelo de rabino,
cava el pozo febril de tus ojeras
y algo de seca flor, de tenue ceniza volcánica,
de lavado vendaje de mendigo,
extiende por tu cuerpo
como un leve sudario de otro mundo
o un borroso sello que perdura.
Ahora la ves erguirse, venir hacia ti,
herirte en pleno pecho malamente
y pides a Celeste que abra las ventanas
donde el otoño golpea como una bestia herida.
Pero ella no te oye ya, no te comprende,
e inútilmente acude con presurosos dedos de hilandera
para abrir aún más las llaves del oxígeno
y pasarte un poco del aire que te esquiva
y aliviar tu estertor de supliciado.
Monsieur Marcel ne se rend compte de rien,
explica a tus amigos
que escépticos preguntan por tus males
y la llamas con el ronco ahogo del que inhala
el último aliento de su vida.
Tiendes tus manos al seco vacío del mundo,
rasgas la piel de tu garganta,
saltan tus dulces ojos de otros días
y por última vez tu pecho se alza
en un violento esfuerzo por librarse
del peso de la losa que te espera.
El silencio se hace en tus dominios,
mientras te precipitas vertiginosamente
hacia el nostálgico limbo donde habitan,
a la orilla del tiempo, tus criaturas.
Vagas sombras cruzan por tu rostro
a medida que ganas a la muerte
una nueva porción de tus asuntos
y, borrando el desorden de una larga agonía,
surgen tus facciones de astuto cazador babilónico,
emergen del fondo de las aguas funerales
para mostrar al mundo
la fértil permanencia de tu sueño,
la ruina del tiempo y las costumbres
en la frágil materia de los años.
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10 comentarios:
Lo que más me impresiona de Proust es su lucha por acabar el último volumen de En Busca del Tiempo Perdido, justo cuando sabía que iba a morirse y que no debía dejar inconclusa la gran obra de su vida. Entonces, luchando contra la enfermedad (y con una letra ya difícilmente legible por la debilidad que sufría), acabó como pudo El Tiempo Recobrado, último volumen de la serie. Supongo que se iría con la idea del deber cumplido: de no haberle fallado a su amiga/cónyuge la Literatura, a la única señora con quien realmente estuvo casado.
Ni el Quijote, ni las tragedias de Shakespeare, ni Crimen y Castigo... Como vivencia literaria, donde esté la lectura de À la Recherche du Temps Perdu, que se quite todo lo demás.
El hombre absurdo es el que no cambia nunca.
(CLEMENCEAU)
La ópera es donde a alguien le clavan un puñal y, en vez de sangrar, canta.
(GROUCHO)
En tu vida hay dos silencios:
uno es silencio por fuera,
otro es silencio por dentro.
El pudor y el remordimiento son pequeños homenajes que el vicio rinde a la virtud.
Si el presente juzga al pasado, perderá el futuro.
Lo que no es bueno para la colmena, no es bueno para la abeja.
Cada vez necesito menos cosas, y las pocas que necesito las necesito muy poco.
(FRANCISCO DE ASÍS)
Para decir por fin la primavera,
para decirla toda enteramente,
por fin y hasta el final,
a solas -y ahora ya con esta luz
nueva en el bosque:
luz llena de caminos invisibles,
de claros con sentido-,
subo hasta aquí en silencio cada día,
subo sin más, acudo
siempre y con sed a donde deseaba,
te vengo a ver a ti,
árbol azul y fuerte, sin descanso,
para decir que yo la he visto, entera,
la primavera toda
(VICENTE VALERO)
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