En el fondo de la maleta, la caja de zapatos.
Llena de papeles, recuerdos formando una pátina
de realidad que dejó de existir, arrinconada.
Como los objetos que recoges en viajes
para conservar una imagen borrosa, fotografías
que no encajan en ninguna pantalla, ningún programa
sabe leerlas, descifrar, despixelar. Se despliegan
después del mensaje de decodificación.
Solo colores, como el agua vertida de un jarrón
que ya no puede alimentar ninguna flor.
Las cajas de zapatos son nuestro refugio
al volver de un viaje. Abiertas a intervalos
cada vez más amplios, en fronteras
que ya no sé distinguir en ningún mapa.
Meto en cajas los países, las ciudades, un paseo
a la vera de un río cualquiera, en el lugar Nada.
Me encajono a mí mismo, en mis objetos.
Cuando alguien abra la caja, pasados muchos años,
encontrará las suelas tronzadas, comidas,
liados los cordones, la lengüeta partida.
3 comentarios:
El baúl de los recuerdos, mejor con varias vueltas de llave.
No hay teléfonos
en ninguna comedia
de Moratín.
(CUQUI COVALEDA)
A veces nos sucede con lo que se niega o se calla, con lo que se guarda y se sepulta, que va difuminándose sin remedio y llegamos a descreer que en verdad existiera o se diera, tendemos a desconfiar increíblemente de nuestras percepciones cuando ya son pasado y no se ven confirmadas ni ratificadas desde fuera por nadie, renegamos de nuestra memoria a veces y acabamos por contarnos inexactas versiones de lo que presenciamos, no nos fiamos como testigos ni de nosotros mismos, sometemos todo a traducciones, las hacemos de nuestros nítidos actos y no siempre son fieles, para que así los actos empiecen a ser borrosos, y al final nos entregamos y damos a la interpretación perpetua, hasta de lo que nos consta y sabemos a ciencia cierta, y así lo hacemos flotar inestable, impreciso, y nada está nunca fijado ni es definitivo nunca y todo nos baila hasta el fin de los días, quizá es que no soportamos las certezas apenas, ni siquiera las que nos convienen y reconfortan, no digamos las que nos desagradan o cuestionan o duelen, nadie quiere convertirse en eso, en su propio dolor y su lanza y su fiebre.
(MARÍAS)
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