Un hombre está tumbado bajo el cielo.
Se le ha apagado el tacto. Las hormigas
pueden subir el trigo por su cuello.
Esto es lo más terrible de los muertos:
que la vida los cubre y los absorbe.
Porque un hombre está muerto, y en la plaza
siguen jugando al tute los de siempre,
y se espera que grane la cosecha,
y hay barcos en los puertos, preparados
para zarpar al despuntar el alba.
Un muerto es la esperanza boca abajo.
Porque un hombre está muerto y todavía
es posible que tiene en los bolsillos
un paquete empezado de tabaco.
Y esto es lo más terrible de los muertos:
que se paran de pronto entre las cosas.
Ha muerto un hombre cuando se desdobla
y se mira su cuerpo, desde enfrente,
y se tiende la mano, y se despide.
Ha muerto un hombre, irremisiblemente,
cuando mueren los que lo recordaban.
Los muertos se resisten a estar muertos
y se defienden con su peso inerte,
y es terrible su grito cuando luchan
porque sólo se oye con los ojos.
Hay que amar a los muertos, comprenderlos.
Son como niños buenos enfadados.
Les han robado el aro y la cometa
y se han quedado tristes para siempre.
6 comentarios:
Nos sobreviven
las gafas, el batín,
las zapatillas...
Alguien expira
y en su brazo el reloj
sigue tic-tac.
Está completo.
Nada falta al cadáver
excepto todo.
Siguen aquí
-mutados, transmigrantes-
los que se fueron.
Llega la muerte
pero de dónde viene
y a dónde va.
Habla bien de la guerra quien no fue a ella.
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