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viernes, 10 de noviembre de 2017

Aprende (por Rafael Baldaya)


Arquitecto del Todo
-seas quien seas,

o seas lo que seas-:

Doy a mi perro
afecto,
protección,
acogida,
confianza.


Le doy un sitio cálido
libre de hostilidad.

Sin yo haberlo creado, 
sin yo haberlo traído a la existencia
doy a mi perro
seguridad, 

certeza,
sosiego,
no-zozobra,
no-miedo a mí (su dios),
no-miedo al mundo.

Fíjate en esto,
arquitecto del Todo.
Mira y aprende.


Doy a mi perro lo que más necesita.

Doy a mi perro aquello que nos niegas.

Le doy lo que no nos proporcionas.

Doy a mi perro todo cuanto en tus planos
no dispusiste tú para nosotros.


5 comentarios:

Ignatius Reilly dijo...

A lo peor el pobrecito Universo hace lo que puede, y no está en sus enormes y torpes manos darnos más que este mundo de mierda.

Cide Hamete Benengeli dijo...

Será que algunas veces me emborracho
con el licor de todos los licores
y no soy mucho más que un mamarracho
que sólo busca huir de sus temores.

Dimes Y Diretes dijo...

Los espejos.
No los domésticos,
estratégicamente dispuestos
para que te digan siempre
lo que quieres oír,
sino los otros,
los que no tienen dueño,
los de los bares,
los de los comercios,
los de los vestíbulos del hotel,
esos son los que te dicen la verdad:
que no eres nada, nadie,
en realidad,
sólo uno más
que pasaba por allí.

(KARMELO C. IRIBARREN)

casa de citas dijo...


Si todo lo que decimos lo pronunciáramos como interrogación, seríamos más sabios. ¿Si todo lo que decimos lo pronunciáramos como interrogación, seríamos más sabios?

(RIVERO TARAVILLO)

TóTUM REVOLúTUM dijo...


Ya me había tomado una aspirina, pero seguía el dolor de cabeza. Tumbado en la cama, no podía dormir por las punzadas de la muela de abajo. Para alejar de mi cabeza esa sensación de dolor, reflexioné sobre por qué me dolía. Yo sabía que la inflamación de la pulpa dentaria enviaba actividad eléctrica por una de las ramificaciones del nervio trigémino que terminaba en el tronco del encéfalo. Tras pasar por más etapas de activación, al final el dolor era generado por células nerviosas situadas en las honduras del prosencéfalo. No obstante, nada de eso explicaba por qué me sentía fatal. ¿Cómo es que el sodio, el potasio, el calcio y otros iones chapoteando por el cerebro provocaban esa sensación tan atroz? Esta prosaica manifestación del venerable problema mente-cuerpo, allá en el verano de 1988, me ha tenido ocupado hasta el día de hoy.

(CHRISTOF KOCH)