me he acostumbrado a visitar esta habitación.
Me gusta su vacío, sus triunfos modestos,
la manera como se derrama el sol por las cortinas de gasa
para colocar un bloque de luz en el suelo desnudo.
Normal. Sin pretensión alguna. Una quietud
suficientemente grande para contener una habitación
que compartimos cuando niñas, de vacaciones en Talloires.
Un cuarto que huele a cera de abejas,
un temblor de agua de lago
y montañas que se asoman como el futuro.
Las cortinas de muselina ondean en sus pliegues,
floreadas como un camisón de noche,
y te imagino a ti, que siempre te vestías con cuidado,
deteniéndote para arreglarte la falda
frente a este alto espejo entre ventanas.
Dentro de su estrecho alcance
todo se ve dos veces más claro,
el sofá rayado, y el grabado en cuyo marco dorado
reluce el sol como en una trenza de pelo.
Estas dos sillas que se han puesto de espaldas
han acabado la conversación de una vida entera.
El sol subraya cómo ya carecen de importancia
mientras toca un respaldo curvado
con calidez y color.
Mejor fijarse en ese áspero pedazo
que el sol pone de manifiesto en el muro de enfrente.
¿Es una sombra, sucediendo como sucede la muerte,
una parte del mundo exterior del balcón,
o simplemente es que el yesero abandonó su trabajo?
Lo miro bien y saco coraje de esta desnudez,
de este yeso manchado con una grieta en su centro
como la confluencia de dos ríos.
De este fiel retrato de las cosas, tal como son de verdad.
4 comentarios:
La inexistencia no se define por lo que es, sino sólo por lo que no es.
La muerte tampoco es algo en sentido positivo o enunciativo.
La muerte es la negación de lo que hasta entonces era la persona muerta.
La muerte se compone de lo que, al llegar ella, el abrazado por ella deja de ser.
Si le hubiera cortado las alas
habría sido mío,
no se habría escapado.
Pero así
ya no sería más un pájaro
y lo que yo amaba era
un pájaro.
(MIKEL IABOA)
Esta vez
no voy a esperarte
como entonces.
No voy a tejer
ni a destejer
el asombro posible
de encontrarte.
Mi vocación de Penélope
se agotó
en tus silencios.
Ni ovejas quedan
para cardar los hilos
que tejan
tu reiterado miedo
de volver a casa.
Nadie se ha preguntado
cuál era el dibujo
que trenzaba
Penélope
en su tela.
¿Tal vez el rostro
de otro hombre,
diferente de Ulises?
(ANA MERCEDES VIVAS)
Buscando, pero
sin saber lo que busco...,
toda la vida.
(CUQUI COVALEDA)
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