Porque ayer por la mañana desde la ventana empañada
vimos una pareja de zorros rojos al otro lado del arroyo
comiendo, bajo la lluvia, las últimas manzanas caídas
—alzaron la vista para mirarnos con sus ojos verdes
el tiempo suficiente como para simbolizar la alerta de las cosas vivas
y después siguieron atendiendo a su comida—
a sonsacarle un alma inquisitiva
a lo que ella consideraba la reticencia de la materia,
conduje hasta la ciudad a beber té en la cafetería
y escribir notas en un diario —la niebla se levantaba de la bahía
como el luminoso e indefinido aspecto de un propósito,
y una pequeña bandada de cisnes chicos
por segundo invierno consecutivo se alimentaba de brotes
en los campos empapados; simbolizan misterio, supongo,
también se les llama cisnes silbones, son muy blancos,
y sus ojos son negros—
y porque el té humeaba delante de mí,
y el cuaderno, en una nueva página,
estaba en blanco excepto por una tenue idea azul de orden,
escribí: “¡felicidad! estamos en diciembre, hace mucho frío,
nos despertamos pronto esta mañana,
y nos quedamos en la cama besándonos,
nuestros ojos entornados cual murciélagos”.
4 comentarios:
La felicidad anda de puntillas, sin hacer ruido. La desgracia, en cambio, gusta de dar taconazos.
Cura más la dieta que la lanceta.
La medicina ha avanzado tanto, que cada vez es más difícil encontrar a alguien sano.
(HUXLEY)
Todo calculado:
sol
oficinas
aviones y pan.
Mientras
damos vueltas inéditas en tierra redonda y suelo plano
y casi doctos
enterramos uña para arraigar.
Así
no otra sino caer al abismo
sentir ternura
besar con amor el naderío
y gozar.
Así
no otra que desnudos.
(ZONDEK)
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