martes, 12 de mayo de 2020
Con la mirada fija en el anochecer (por Philip Larkin)
Confecciono cuidadosamente un cigarrillo, y busco
lumbre en la estufa. Con el pulmón lleno de humo
me reúno contigo en la ventana sin cortinas;
Nos reclinamos en el marco, mirando la plaza
ahí abajo. Un hombre pasa caminando
entre los despojos del naufragio. Y nosotros,
con la mirada fija en el anochecer,
compartimos un cigarro.
Al fondo del cuarto, nuestro amigo
bosteza y apila las barajas. El montón no es muy grande.
Y repartir una y otra vez de aquí a que amanezca no garantiza
las mejores manos. Además, la oscuridad ya no deja ver.
Entonces, patea la estufa y sobre sus piernas pone la guitarra,
toca esta nota, aquella.
Estoy temblando:
de pronto me veo cargado de un lenguaje de seis cuerdas.
De pronto me doy cuenta de que no pueden expresar
más que armonía, y no logran moverse
sin un feliz erizamiento de aire
que edifica en esta habitación otra distinta;
y la habitual contención del dolor aprieta,
porque juntos o en soledad no podemos
delinear aquella habitación; y es porque
no es una habitación ni un mundo, sino sólo
una figura girando en el aire erizado,
y por tanto, carente de verdad.
Entonces miro aquella plaza,
vacía una vez más, como el hambre después de una comida.
Me ofreces el cigarro y te digo Quédatelo,
pues me gusta ver el resplandor ir y venir
sobre tu rostro. ¡Qué pobreza habita nuestras manos
cuando sinceramente nos miramos a los ojos! Y de nuevo la guitarra
me esparce por la tarde como una nube a la deriva,
oscureciendo todo, incapaz de hacer llover.
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1 comentario:
Ya las lustrales aguas de la noche me absuelven
de los muchos colores y de las muchas formas.
Ya en el jardín las aves y los astros exaltan
el regreso anhelado de las antiguas normas
del sueño y de la sombra.
Ya la sombra ha sellado los espejos que copian
la ficción de las cosas.
Mejor lo dijo Goethe: Lo cercano se aleja.
Esas cuatro palabras cifran todo el crepúsculo.
En el jardín las rosas dejan de ser las rosas
y quieren ser la Rosa.
(BORGES)
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