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jueves, 24 de marzo de 2016

Fraternidad (por Manuel Vilas)


Me gustan las calles iluminadas de la ciudad el sábado por la noche, cuando llega el invierno y la gente decide vivir.
Me seduce el olor a mozzarella y a orégano de las pizzerías.
Me enloquecen los billetes de 500 euros. Todas las formas de la vida son buenas.
Me encantan los nadadores que nadan desnudos, en mitad del Pacífico, bajo un sol compasivo, esperando la caída del cielo sobre sus hombros ateridos.
Me encantan las ganas de nadar.
Adoraba a los comunistas, sus rojos atuendos, su estrella roja en la frente de mármol, su espíritu fortificado. Soy un buitre enamorado. Ningún problema conmigo, sólo soy encantamiento, oyes, ningún problema con un tipo como yo.
Soy el mejor de los hombres.
Si te deja tu mujer, beberé contigo toda la noche y te devolveré la serenidad, porque soy un buen tipo y te quiero. Porque os quiero a todos y a todas. Me encanta estar aquí, como un árbol duro.
Me encantan los coches oficiales que salen en la televisión. Me enloquecen los zapatos siempre nuevos del Presidente. Amo los peinados y las colonias y los collares y los bolsos babilónicos de las ministras. Eh, adoro Babilonia.
Me enamoro de los ascensores de los hoteles de lujo, de una limpieza insuperable, oliendo a abundante y sereno perfume industrial categoría A a las ocho y media de la mañana y pienso en las manos torturadas de las chicas de la limpieza, cobrando miseria, en sus alianzas, en sus pulseras.
Me enamoro de las camareras, torturadas, ofendidas.
Me encanta el sol, las calles con sol.
Qué bien que exista el sol, yo te concibo.
Qué bien que existan las estrellas, yo las concibo, yo perdono su lejanía, yo las perdono, yo perdono su incomparecencia en esta mano, en esta carne.
Adoro a las camareras y su protagonismo en la historia universal. Me encantan las escaleras mecánicas: estar en ellas, subido allí, meditando, como un sultán tetrapléjico.
Adoro a los tetrapléjicos. Adoro a los paralíticos cerebrales. Adoro a los ciegos. Amo a los inválidos, a los deficientes. Me encantan las nuevas terminales de los cajeros automáticos, esos números verdes, grandiosos, emitiendo luz, sacando dinero, mucho dinero, todo el dinero.
No tengo paz, no la conozco.
Adoro a Frankenstein —ese superdotado—, mi hermano, mi semejante. Me encantan los ancianos. Me encantan las Residencias de la Tercera Edad construidas en las circunvalaciones que cercan Madrid, Sevilla, Barcelona, Bilbao, Málaga, Valencia y Zaragoza.
Amo las ciudades porque amo cualquier cosa que sea más grande que mi cuerpo.
De haber nacido en Estambul, también hubiera sido pobre, hubiera tenido que arrastrarme detrás de los turistas, vendiendo cucharas de madera y colonias falsas, vendiendo pulseras y relojes y camisetas y cinturones y ropa interior falsificada. Adoro las falsificaciones. El mundo es una falsificación permanente.
Sólo la pobreza es grande como el sol, la nieve y la sangre.
Y amé Sevilla, y me bañé en el Guadalquivir, nadando a la vera del aceite industrial, de residuos hipertóxicos. Amo la basura, porque la poesía vive ya con la basura.
Amé el aire de Chernobyl como amaré las vísceras blancas de la última ballena en Canadá.
Adoro la carne que tiran a la basura en los restaurantes de lujo: voluminosos cubos negros de basura con gigantescas bolsas azules, donde se amontonan los solomillos y las langostas, que la gente rica abandona en sus platos grandes y brillantes. Me conmueve la comida que sobra en París todos los días: diez mil kilos de inocente vacuno importado de Argentina, muerto en vano.
Deja que bese tu frente de acero.
Me encantan las Ray Ban doradas y verdes con que protejo mis ojos de la radiación de la vida. Me encanta mirar el flujo venenoso de las cosas y el beso raro de la luna.
Tenéis suerte de tenerme como hermano porque soy el mejor. Hermano de los pueblos oprimidos y con ganas de oprimirlos aún más, hasta convertir esos pueblos en huracanes y tempestades y tifones y catástrofes.
Mi corazón es un escaparate lleno de baratijas de Oriente y de Occidente.
Mi corazón es una estepa rusa con armas automáticas.
Mi corazón es una revolución llena de ahorcamientos, fusilamientos, millones de golpes contra los inocentes.
Beso a los inocentes.
Amo a los inocentes.
Moriría por ellos sin pensarlo una milésima de segundo.
No juzgaré la vida.
Amaré y no seré responsable.
Beso a quienes no tienen nada.
Beso a quienes han perdido.
Beso a quienes nadie besará.
Beso la luz.
Deja que bese tus labios de mármol.
Beso a los inocentes.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

I don't agree. Hay ahí cosas amables y cosas odiables. No mezclar , please.

CCay dijo...

A mí tampoco me gustó.

tERESA pANZA dijo...

El que quiera la sardina, que le quite las espinas.

casa de citas dijo...

La mejor clasificación de las obras de arte que conozco es ésta: las que me gustan y las que no.

(CHEJOV)

cajón desastre dijo...

Amanece entre los objetos de la habitación

resurgiendo los contornos, eclipsados

en riguroso orden temporal

y todo vuelve a tener forma

incluso yo.


(ÁNGEL, en verseando.com)