Mi padre araba con un caballo de tiro,
su espalda se curvaba como una vela inflada
extendida entre la esteva y el surco.
El caballo tiraba a un chasquido de su lengua.
Todo un experto. Colocaba el yugo
y ensartaba la reja de acero reluciente.
Y la tierra se volteaba sin romperse.
Al final del campo, con un solo tirón
de riendas, el grupo sudoroso daba la vuelta
y volvía a la tierra. El ojo entrecerrado
de mi padre, fijo en el suelo,
al trazar cada surco con exactitud.
Yo tropezaba en la huella de sus botas,
a veces me caía en la tierra lustrosa,
otras veces él me llevaba en andas
subiendo y bajando mientras caminaba.
Yo quería crecer y arar,
cerrar un ojo, tensar el brazo.
Lo único que hacía era seguir
su sombra ancha alrededor de la granja.
Era un fastidio, tropezando, cayéndome,
siempre parloteando. Pero ahora
es mi padre el que tropieza
detrás de mí, y no se va.
5 comentarios:
Cierra los ojos.
La gaita trae sonidos
de lluvia y prados.
(JUAN CARLOS GÓMEZ)
No se es padre por el mero hecho de tener un hijo, como no se es pianista sólo por tener un piano.
Qué suerte, árboles:
tan vivos como estáis
y nada os duele.
(RAFAEL BALDAYA)
Las únicas personas normales son aquéllas que uno no conoce bien.
(ANCIS)
La nieve por tu cara
pasó diciendo:
como aquí no hago falta,
no me detengo.
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