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domingo, 14 de marzo de 2010

La injusticia (por Dámaso Alonso)

¿De qué sima te yergues, sombra negra? ¿Qué buscas?
Los oteros,
como lagartos verdes, se asoman a los valles
que se hunden entre nieblas en la infancia del mundo.
Y sestean, abiertos, los rebaños,
mientras la luz palpita, siempre recién creada,
mientras se comba el tiempo, rubio mastín que duerme

a las puertas de Dios.
Pero tú vienes, mancha lóbrega,

reina de las cavernas, galopante en el cierzo, tras tus corvas
pupilas, proyectadas
como dos meteoros crecientes de lo oscuro,
cabalgando en las rojas melenas del ocaso,
flagelando las cumbres
con cabellos de sierpes, látigos de granizo.
Llegas,

oquedad devorante de siglos y de mundos,
como una inmensa tumba,
empujada por furias que ahíncan sus testuces,
duros chivos erectos, sin oídos, sin ojos,
que la terneza ignoran.
Sí, del abismo llegas,

hosco sol de negruras, llegas siempre,
onda turbia, sin fin, sin fin manante,
contraria del amor, cuando él nacida
en el día primero.
Tú empañas con tu mano

de húmeda noche los cristales tibios
donde al azul se asoma la niñez transparente, cuando apenas
era tierna la dicha, se estrenaba la luz,
y pones en la nítida mirada
la primera llama verde
de los turbios pantanos.
Tú amontonas el odio en la charca inverniza

del corazón del vejo,
y azuzas el espanto
de su triste jauría abandonada
que ladra furibunda en el hondón del bosque.
Y van los hombres, desgajados pinos,

del oquedal en llamas, por la barranca abajo,
rebotando en las quiebras,
como teas de sombra, ya lívidas, ya ocres,
como blasfemias que al infierno caen.
...Hoy llegas hasta mí.

He sentido la espina de tus podridos cardos,
el vaho de ponzoña de tu lengua
y el girón de tus alas que arremolina el aire.
El alma era un aullido
y mi carne mortal se helaba hasta los tuétanos.
Hiere, hiere, sembradora del odio:

no ha de saltar el odio, como llama de azufre,
de mi herida.
Heme aquí:
soy hombre, como un dios,
soy hombre, dulce niebla, centro cálido,
pasajero bullir de un metal misterioso que irradia

la ternura.
Podrás herir la carne

y aun retorcer el alma como un lienzo:
no apagarás la brasa del gran amor que fulge
dentro del corazón, bestia maldita.
Podrás herir la carne.

No morderás mi corazón,
madre del odio.
Nunca en mi corazón,
reina del mundo.

5 comentarios:

Cide Amete Benengelí dijo...

Anda y ve y dile a tu madre,
si no me quiere por pobre,
que el mundo da muchas vueltas
y ayer se cayó una torre.

casa de citas dijo...

De vez en cuando conviene poner de pie las ideas que uno da por sentadas. O incluso colocarlas cabeza abajo.


(GARCÍA MARTÍN)

hAiKu dijo...


Vidas vacías
se nutren de chismajos
de los famosos.

(CUQUI COVALEDA)

Dimes Y Diretes dijo...


Todo hombre presenta otro rostro cuando se siente observado.

(MONTAIGNE)

Círculo Cultural FARONI dijo...


Alegría compartida es doble alegría. Pena compartida es media pena.

(proverbio sueco)