Qué dicha no ser Basho, en cuya voz
florecían tan leves los ciruelos,
ni ser Beethoven con su borrasca en la frente
ni Tomás Moro en el taller de Holbein.
Qué dicha no tener
un bungalow en Denver (Colorado)
ni estar mirando desde el Fitz Roy el silencio
mineral de la tarde patagónica
ni oler la bajamar de Saint-Malo
y estar aquí contigo, respirándote, viendo
la lámpara del techo reflejada en tus ojos.
2 comentarios:
Me suena que éste ya lo habíais publicado pero aun así lo he disfrutado igual. Saludos.
Ay, ¡quién pudiera
debajo de un rebozo
tapar las penas!
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