sábado, 28 de julio de 2012
Es la hora de embriagarse (por Charles Baudelaire)
Se debe estar siempre embriagado. Todo consiste en eso;
es el único problema.
Para no padecer el horrible fardo del tiempo
que quiebra los hombros y los inclina hacia el suelo,
uno debe embriagarse infatigablemente.
Pero ¿de qué? De vino, de poesía, de virtud, de lo que sea.
Pero embriagarse.
Y si alguna vez, en la escalera de un palacio,
sobre la hierba verde de un foso, en la soledad melancólica de su cuarto,
ustedes despiertan y la embriaguez ha disminuido o desaparecido,
interroguen al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro,
al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda,
a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenles qué hora es;
y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:
¡Es la hora de embriagarse!
¡Para no ser esclavos martirizados por el tiempo,
embriáguense, embriáguense incansablemente!
De vino, de poesía, de virtud, de lo que sea.
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7 comentarios:
Estoy embriagado porque siento en la mejilla el tacto frío de una preciosa naricilla dura como un diamante: "Qué bien hueles, amado mío..." Y paso la palma de la mano por la rubia melena de doncel tudesco, y la atraigo hacia mí y la beso en los labios entreabiertos, tibios y sedosos como una rosa de Alejandría que atesorase los últimos rayos del poniente sobre Mármara.
Qué magnífica muralla llega a ser una naricilla dura como un diamante, capaz de refrenar los ímpetus lúbricos de las danzarinas hititas que, sin embargo, no dudan en entregarse a la codicia de los pequeños sultanes de medio alfanje, que poseen serrallos repletos de las narices carnosas de las hembras semitas.
Una preciosa naricilla fría y dura, en lo que a licenciosidades se refiere, es más disuasoria que todos las leyes del Código de Hammurabi.
Pero uno, cuando siente en la mejilla aquel ariete tan delicado, se embriaga y se olvida de que exista otro mundo que no sea este de la nariz de Penélope y del mar de Mármara en ascuas.
PD.- Creo que está todo claro, pero si a alguien le picara la curiosidad, puede escribirme a la embajada: F. Acquaviva, Av. Hisarlik 235, ático con vistas al mar, Istambul.
Don de la ebriedad, de Claudio Rodríguez:
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo -esto es un don-, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
Podemos prometer acciones, pero no sentimientos, pues éstos son involuntarios. Quien promete a alguien amarle siempre u odiarle siempre o serle siempre fiel, promete algo que no está en su mano. Lo que se puede prometer son acciones que, en verdad, son ordinariamente las consecuencias del amor, del odio, de la fidelidad, pero que también pueden provenir de otros motivos, pues a una sola acción conducen caminos y motivos diversos.
(NIETZSCHE)
De pie en la torre
y la ciudad tendida
para mi abrazo.
(BENET)
Cuando estás muriendo de sed, será demasiado tarde para cavar el pozo.
(proverbio japonés)
Quien siempre me miente, nunca me engaña.
Hago recuento
de los días felices.
Me sobran dedos.
(GARCÍA MARTÍN)
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