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domingo, 9 de abril de 2017

Qué manera de comunicarte conmigo (por Roberto Bolaño)



Extraño maniquí de una tienda del Metro,
qué manera de observarme
y presentirme más allá de todo puente
mirando el océano o un lago enorme
como si de él esperara aventura y amor
Y puede un grito de muchacha en plena noche
convencerme de la utilidad de mi rostro
o se velan los instantes, placas de cobre al rojo vivo
la memoria del amor negándose tres veces
en aras de otra especie de amor
Y así nos endurecemos sin abandonar la pajarera
desvalorizándonos
o bien volvemos a una casa pequeñísima
donde nos espera sentada en la cocina una mujer
Extraño maniquí de una tienda del Metro
qué manera de comunicarte conmigo, soltero y violento
y presentirme más allá de todo
solamente me ofreces nalgas y senos
estrellas platinadas y sexos espumosos
No me hagas llorar en el tren naranja
ni en las escaleras eléctricas
ni saliendo repentinamente a marzo
ni cuando imagines, si imaginas, 

mis pasos de veterano absoluto
nuevamente bailando por los desfiladeros
Extraño maniquí de una tienda del Metro
así como se inclina el sol y las sombras de los rascacielos
irás inclinando tus manos
así como se apagan los colores y las luces de colores
se apagarán tus ojos
¿Quién te mudará de vestido entonces?
Yo sé quién te mudará de vestido entonces



3 comentarios:

Pablo M dijo...

Los ojos de los maniquíes. Los ojos del caballo de juguete. Los ojos de la muñeca... Reflejan su espanto por ser de plástico, de madera, de cartón.

F. dijo...

Los artesanos que fabricaban los caballos de cartón de mi niñez, usaban como materia prima las hojas encoladas de los periódicos de la época: les abrías la panza y hallabas lectura para un buen rato. Pintaban a mano los detalles y me llamaban la atención los grandes ojos de los equinos de juguete... Una mirada fija, brutal, alucinada. Solían tener el belfo retraído en un conato de relincho o de ataque mordedor, dibujado diente por diente... Terrorífico.
Y una mañana de Epifanía, solo, plantado en medio de la cocina, aquel remedo del caballo de Troya -este también llevaba su carga mortífera- sobresaltaba la desprevenida mente infantil. El daño estaba hecho.
A veces, al visitar algunos museos diocesanos hallo la misma expresión en los sayones que azotan a los mártires.
Creo que algunos traumas subconscientes, ciertas pesadillas recurrentes que angustian nuestros sueños de por vida, ciertas neurosis..., empezaron a bosquejarse el nefasto día en que los Reyes Magos nos trajeron un caballo de cartón.

Cide Hamete Benengeli dijo...

Mientras que baja a la mina
por si le explota un barreno
pide el minero al Señor
un rinconcito en el cielo.