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lunes, 17 de abril de 2017

Siempre estuve a favor de los espejos empañados (por Isabel Bono)


De hoy dirás que viste a una mujer desnuda.
Y es que hay mujeres que llegan a la vida de uno
sin marcas de tirantes en la espalda.
Y uno se ducha y despereza brazos abiertos
como si siguiera de vacaciones.
Lo sé: estoy teniendo un ataque de intolerancia
un ataque al corazón
un ataque de dolor inmenso. Ya no dudo cuando caigo.

‒Mira cómo me han dejado los brazos tus insectos favoritos.
Muchas veces pensé que eras tú:
cuando mirabas, cuando no mirabas.
Tanto tiempo perdido leyendo a Proust
para que el azar te coloque a cincuenta metros de mi casa.

Desempaqueta el invierno, amor
que me he puesto todos los jerséys que me regalaste, debí decir.
‒Llevas la pereza cosida a los labios.
Cosas así no deben decirse nunca, por eso no las dije.

Sé que hago mal cuando miento
y cuando callo. Me detienen tus gestos.
Pero nunca más: tengo manos y boca y un cuerpo saturado
que me habla (porque el cuerpo nunca miente).
Dices que después del sueño no hay nada
y me despierto dormida
sin saber dónde ni por qué tanta miseria.
Si miraras me verías a contra luz, ahora que las cosas
son esqueletos de un tiempo que nunca fue entre nosotros
siempre pensando en cuándo te irías y el viajero era yo,
sin nombre sin domicilio sin cuenta corriente
sin miedo a la soledad más absoluta
ni al tiempo perdido ni a la luz
que ya llega custodiada por los pájaros.
Tendré una ventana y ninguna esperanza.
La vida (o algo parecido) destruirá mi casa
y yo seguiré esperando ver amanecer como tantas veces.

Nada por cumplir, amor
más que los ritos verticales
que ahora se deslizan como peces amaestrados.
Y me detengo por primera vez y miro:
repartiremos los libros
clasificaremos los rencores
desinfectaremos los sueños que quedaron atrapados
en las plantas que se secaron (por mi culpa).
Me llevo dos platos, el cenicero azul y el abrecartas.
Pero antes dime que has soñado y que fue conmigo
dime si alguna vez te has visto amarme en tus sueños.
La luz es la prueba definitiva de que alguien te ama, dijiste.
La luz naranja y gris y azul
que abre todas las rendijas a media tarde.
Viajar no era necesario.
Te faltó rezar, reconócelo. No fuiste capaz de arrodillarte.
Tampoco se trataba de eso. Siempre quisiste saber
lo que se siente en un tren en marcha
cuando todas tus pertenencias están en la maleta.
Saberlo todo de repente,
reconocer a tientas tus objetos más valiosos.
Pero la velocidad no es eso.
Decidiste que el mundo se sostenía
sobre un alambre oxidado.
‒Dime que no necesitas nada y me rendiré.
Cercos de vasos que ninguna cera pudo remediar
eran la medida del tiempo que nos bebíamos.
Abejas muertas entre las sábanas.
Le robé todas las mentiras que pude a tu corazón.
Ahora un solo verano arrastra mi vida
y ningún viento echa abajo mi casa.
Mis palabras, sin ninguna prisa
pájaros tomando el sol sobre una grúa del puerto.

El azar encontró una calle donde vigilarnos
y fuimos moscas sin alas untadas en aceite.
El azar también duda
y los cobardes se abrazan bajo árboles enfermos.
Se abrazan y ríen.
No oigo de sus bocas
más que el lento devaneo de la muerte.
No es fácil acostumbrarse.
Si de niño te hubiesen clavado
un cristal en cada mano comprenderías mis palabras.
Manos desarraigadas sosteniendo lo que queda
de este amor.
Manos para colar leche: hojas secas entre las manos.
Manos hechas para el agua: peces
habitando mis manos alicatadas.
Ahora sé que alguien borró el trazado de las calles
y que preferías mujeres de pasado pluscuamperfecto:
yo siempre te amo (entonces) en infinitivo.
-Hoy desearía tener la edad de un árbol.
Tanta soledad parecía una broma estúpida.
Cada paso, un metro cúbico de lluvia.
Identifícate con fuego y saldrás perdiendo, dijo alguien
en un idioma que no llegué a reconocer.
Un gato sucio y mojado buscó refugio entre mis piernas
con tus mismos gestos (entre mis piernas).
Pronto supe que es mentira la venganza
y los regímenes de 2.000 calorías.

No podrías asegurarlo,
pero creo que fue en ese preciso instante
cuando recordé las palabras de Rilke:
Los gatos hacen aún mayor el silencio que nos rodea.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Nuestras dos almas,
¿pa qué engañarse?,
no estaban hechas
pa enamorarse.

TóTUM REVOLÙTUM dijo...

Vale más agitarse en la duda que descansar en el error.

casa de citas dijo...

Hemos de hallar lo universal en las entrañas de lo local, y en lo circunscrito y limitado, lo eterno.

(UNAMUNO)

casa de citas dijo...

La felicidad es un sólido. La alegría es un líquido.

(SALINGER)

ORáKULO dijo...

"No tengo boca y debo gritar". ¿Te has sentido así alguna vez?