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sábado, 19 de mayo de 2012

La cuarta elegía (por Rainer María Rilke)

Oh árboles de vida, ¿cuándo será el invierno?
Nosotros no vamos al unísono. No somos sensatos
como las aves migratorias. Retrasados y tardíos,
nos imponemos repentina, forzadamente a los vientos,
y nos derrumbamos sobre un estanque indiferente.
Sabemos al mismo tiempo florecer y marchitarnos.
Y por algún lado andan todavía los leones y no saben,
mientras siguen siendo majestuosos, de ninguna impotencia.
Pero nosotros, cuando queremos una cosa, siempre,
ya estamos acariciando otra. La hostilidad
es en nosotros lo primero. ¿Acaso los amantes
no están siempre poniéndose límites, uno al otro,
ellos, que se prometían espacios, compañía, hogar?
Ahí, para un dibujo instantáneo, se elabora
penosamente un fondo de contradicciones, de modo
que lo veamos; pues somos demasiado claros,
no conocemos por dentro el contorno del sentimiento, sino
solamente lo que se forma por fuera. ¿Quién no se sentó
inquieto frente al telón de su corazón? El telón
se levantó: el escenario era de despedida. Fácil
de entender. El jardín conocido, y oscilaba un poco:
entonces apareció primero el bailarín. No éste. Basta.
Y aunque sea ligero al actuar, está disfrazado
y se convierte en un burgués, que cruza por su cocina,
entra a casa. No quiero estas máscaras a medio llenar,
prefiero la marioneta. Está llena. Quiero soportar
sobre mí su cáscara, el alambre, su rostro meramente
exterior. Aquí. Ya estoy adelante. Incluso si apagan
las luces, si me dicen: "Ya se acabó"; incluso si
del escenario llega el vacío con la gris ráfaga de aire;
incluso si ninguno de mis silenciosos ancestros continúa
sentado junto a mí, ninguna mujer, ni siquiera
el muchacho de los ojos bizcos, de color café: me quedo,
a pesar de todo. Siempre hay algo que ver.
¿No tengo razón? Tú, a quien en mí la vida
supo tan amarga, cuando probaste la mía, padre,
la primera infusión turbia de mi deber;
conforme yo crecí seguiste probándola y, todavía
ocupado en el regusto de un futuro tan extraño,
examinabas mi mirada empañada; tú, padre mío, desde
que estás muerto, dentro de mí, en mi esperanza,
con frecuencia tienes miedo, y me envías serenidad
-como la tienen los muertos, reinos de serenidad-
para mi pizca de destino, ¿no tengo razón? Y ustedes,
¿no tengo razón?, ustedes, las que me amaron
por el pequeño comienzo de amor hacia ustedes,
del que siempre me aparté, porque, para mí, el espacio
dentro de vuestros rostros, aunque lo amara,
se transformaba en un espacio cósmico
donde ustedes ya no estaban... ¿No tengo razón
en esperar, cuando me siento con ganas de esperar,
frente al teatro de títeres? ¿No la tengo, en mirarlo
tan intensamente, de modo que, para contrapesar
mi espectáculo, finalmente haya de venir un ángel,
a manera de actor, que ponga en pie los muñecos?
Ángel y marioneta: por fin hay espectáculo. Entonces
se une lo que nosotros siempre desgarramos con sólo
estar aquí. Sólo entonces surge de nuestros propios
cambios de estación el círculo de todo el cambio.
Encima de nosotros y más allá entonces actúa el ángel.
Mira, los moribundos, ¿no han de sospechar acaso cómo
todo lo que aquí realizamos es, completamente,
un pretexto? Ninguna cosa es ella misma. Ah, horas
de infancia, cuando detrás de las figuras había algo más
que el mero pasado, y delante de nosotros, ningún futuro.
Cierto, crecíamos, y a veces nos empeñábamos en hacernos
mayores demasiado rápido, en parte por amor a aquéllos
que ya no tenían otra cosa que el ser mayores.
Y sin embargo, cuando estábamos en nuestra soledad
nos divertíamos con la permanencia y perdurábamos ahí,
en la brecha entre el mundo y el juguete, en un lugar
que desde el principio se había establecido para
un acontecimiento puro.
¿Quién mostrará un niño, tal como existe? ¿Quién
lo colocará en la constelación y le dará en la mano
la medida de la distancia? ¿Quién hará la muerte niña
con pan gris, que se endurece? ¿O se la dejará ahí,
en la boca redonda, como en el corazón de una hermosa
manzana...? Los asesinos son fáciles de entender. Pero
esto: la muerte, la muerte total, aun antes de contener
la vida tan dulcemente, y sin haber alcanzado la maldad, es
indescriptible.

7 comentarios:

Agridulce dijo...

Parece una pequeña sinfonía musical, como una obrita de Bach pero escrita con palabras.

Anónimo dijo...

majos, poned de quién es la traducción, ¿no?, que no cuesta nada...

Cide Hamete Benengeli dijo...

Ódiame por piedad, yo te lo pido,
ódiame sin medida ni clemencia.
Hoy quiero algo más que indiferencia,
porque el rencor es más grande que el olvido.

Si me odias quedaré yo convencido
de que me amaste, mujer, con insistencia.
Pero ten presente que de acuerdo a experiencia
solamente se odia a lo querido.

Aldonza Lorenzo dijo...

Si las nubes van p´al mar, coge el arado y ponte a arar. Si las nubes van p´al puerto, coge el arado y ponte a techo.

Cide Hamete Benengeli dijo...

Quita una pena otra pena,
un dolor otro dolor,
un clavo saca otro clavo
y un amor quita otro amor.

casa de citas dijo...


Hay que ver lo que no se ha visto, ver otra vez lo que ya se vio, ver en primavera lo que se había visto en verano, ver de día lo que se vio de noche, con el sol lo que antes se vio bajo la lluvia, ver la siembra verdeante, el fruto maduro, la piedra que ha cambiado de lugar, la sombra que aquí no estaba.

(SARAMAGO)

hAiKu dijo...


El abejorro
a un lado del cristal.
Al otro, el gato.

(SUSANA BENET)