dos cuevas y sabía seguir huellas de lobo.
La abuela era menuda y tibia como un nido:
jugábamos a pájaros con ella.
...Y, alrededor, los dos llevaban como
un contorno de campos y palomas:
cruzaban el umbral y parecía
que con ellos entraba el verano en la casa;
al contarnos los cuentos, en sus voces
oíamos molinos y cuervos alejándose
y hasta en las mismas ropas nos traían
un recuerdo fragante, un recuerdo lluvioso
del heno y la retama...
...Y el abuelo, qué manos de valiente,
qué venas, retorcidas como parras;
las ganas que me daban
de cumplir en un día sesenta y cuatro años
para tener dos manos como aquéllas...
Luego, la abuela, aquellas zapatillas
de nube que llevaba,
aquel ir y venir, como volando,
de la escoba al misal, de sus gallinas
a las sábanas frescas,
de la labor de lana a los geranios,
del pan a las mejillas de sus nietos...
que entonces, suavemente, quedábamos dormidos
creyendo que la abuela no se acostaba nunca.
2 comentarios:
Abuelos superhombres, casi gente de otra especie, que sin presumir eran jóvenes de mente y espíritu. Con arrugas en el cuerpo pero no en el alma. No oyeron a Dylan pero sin saberlo fueron "forever young".
El amor en ocasiones
es igual que el carnaval:
dura poco y sin embargo
no hay quien lo pueda olvidar.
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