Una mujer inteligente
Una mujer hermosa
Conocía todas las variantes, todas las posibilidades
Lectora de los aforismos de Duchamp y de los relatos de Defoe
En general con un autocontrol envidiable
Salvo cuando se deprimía y se emborrachaba
Algo que podía durar dos o tres días
Una sucesión de burdeos y valiums
Que te ponía la carne de gallina
Entonces solía contarte las historias que le sucedieron
Entre los 15 y los 18
Una película de sexo y de terror
Cuerpos desnudos y negocios en los límites de la ley
Una actriz vocacional y al mismo tiempo una chica con extraños rasgos de avaricia
La conocí cuando acababa de cumplir los 25 En una época tranquila
Supongo que tenía miedo de la vejez y de la muerte La vejez para ella eran los treinta años
La Guerra de los Treinta Años
Los treinta años de Cristo cuando empezó a predicar
Una edad como cualquier otra le decía mientras cenábamos A la luz de las velas
Contemplando el discurrir del río más literario del planeta
Pero para nosotros el prestigio estaba en otra parte En las bandas poseídas por la lentitud En los gestos exquisitamente lentos del desarreglo nervioso En las camas
oscuras En la multiplicación geométrica de las vitrinas vacías Y en el hoyo de la realidad
Nuestro lujo
Nuestro absoluto
Nuestro Voltaire
Nuestra filosofía de dormitorio y tocador
Como decía, una muchacha inteligente
Con esa rara virtud previsora
(Rara para nosotros latinoamericanos)
Que es tan común en su patria
En donde hasta los asesinos tienen una cartilla de ahorros
Y ella no iba a ser menos
Una cartilla de ahorros y una foto de Tristán Cabral
La nostalgia de lo no vivido
Mientras aquel prestigioso río arrastraba un sol moribundo y sobre sus mejillas rodaban lágrimas aparentemente gratuitas.
No me quiero morir susurraba mientras se corría En la perspicaz oscuridad del dormitorio Y yo no sabía qué decir En verdad no sabía qué decir Salvo acariciarla y
sostenerla mientras se movía Arriba y abajo como la vida Arriba y abajo como las poetas de Francia
Inocentes y castigadas
Hasta que volvía al planeta Tierra
Y de sus labios brotaban
Pasajes de su adolescencia que de improviso llenaban nuestra habitación
Con duplicados que lloraban en las escaleras automáticas del metro
Con duplicados que hacían el amor con dos tipos a la vez mientras afuera caía la lluvia Sobre las bolsas de basura y sobre las pistolas abandonadas en las bolsas
de basura La lluvia que todo lo lava Menos la memoria y la razón
Vestidos, chaquetas de cuero, botas italianas, lencería para volverse loco
Para volverla loca
Aparecían y desaparecían en nuestra habitación fosforescente y pulsátil
Y trazos rápidos de otras aventuras menos íntimas Fulguraban en sus ojos heridos como luciérnagas
Un amor que no iba a durar mucho
Pero que a la postre resultaría inolvidable
Eso dijo
Sentada junto a la ventana
Su rostro suspendido en el tiempo
Sus labios: los labios de una estatua
Un amor inolvidable
Bajo la lluvia
Bajo ese cielo erizado de antenas en donde convivían
Los artesonados del Siglo XVII
Con las cagadas de palomas del Siglo XX
Y en medio Toda la inextinguible capacidad de provocar dolor
Invicta a través de los años
Invicta a través de los amores
Inolvidables
Eso dijo, sí Un amor inolvidable Y breve
¿Como un huracán? No, un amor breve como el suspiro de una cabeza guillotinada La cabeza de un rey o un conde bretón Breve como la belleza La belleza absoluta
La que contiene toda la grandeza y la miseria del mundo
Y que sólo es visible para quienes aman.
4 comentarios:
Mi único reparo es que todos los versos empiecen con mayúscula, aunque gramaticalmente no proceda. ¿No es suficiente ya la división del texto poético en versos? Por lo demás, un gran poema.
La costumbre de empezar los versos con mayúscula es nefasta para la correcta lectura (y hasta para la comprensión a primera vista) de un poema. Cuando uno lee, con el rabillo del ojo va anticipando lo que viene. Y presentir una mayúscula supone que está cerrando una frase..., cuando continúa en el verso siguiente. Ridícula costumbre que debiera haber sido erradicada hace siglos.
Y este amor ya sin mí te amará siempre.
(ÁNGEL GONZÁLEZ)
Sólo con que los políticos fueran más perezosos seríamos mucho más felices. El hombre perezoso se guarda de cometer los crímenes más repugnantes, y muchos de los motivos que hacen que sacrifiquemos el inocente placer del ocio en aras del trabajo se cuentan entre los más innobles: la soberbia, la codicia, la emulación, la vanagloria y, por encima de todos, el deseo de poder.
(WAUGH)
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