Cercana a los ojos y los cabellos sueltos
sobre la frente, tú, pequeña luz,
dispersa, enrojeces mi cuaderno.
De adolescente, en tu pálida llamarada,
ardía hasta la noche, y era extraño
escuchar al viento y a los grillos solitarios.
Entonces, en la olvidada habitación
dormían mis padres, y mi hermano,
inmóvil, descansaba tras un muro delgado.
¿Dónde está él ahora, luz roja?
No hablas, sin embargo iluminas; y suspira
el grillo en el silencio de los campos.
Y mi madre se peina al espejo
de una manera antigua como tu luz,
pensando en su hijo ya sin vida.
5 comentarios:
La verdad miente. Se tamiza ella misma a fin de no espantarnos. (A veces lo consigue, a veces no.)
Sin tropezar,
¿cómo sabrías dónde
están los baches?
(CUQUI COVALEDA)
Pero en los baches
se tronchan los tobillos,
no se tropieza.
¿Tobillos rotos?
Quizá sea ése el precio
que hay que pagar.
Si no quieres tropezar, hazte gusano.
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