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viernes, 30 de septiembre de 2011

La madre (por Dámaso Alonso)

No me digas
que estás llena de arrugas, que estás llena de sueño,
que se te han caído los dientes,
que ya no puedes con tus pobres remos hinchados,
deformados por el veneno del reúma.
No importa, madre, no importa.
Tú eres siempre joven,
eres una niña,
tienes once años.
Oh, sí, tú eres para mí eso: una candorosa niña.
Y verás que es verdad si te sumerges en esas lentas aguas,
en esas aguas poderosas,
que te han traído a esta ribera desolada.
Sumérgete, nada a contracorriente, cierra los ojos,
y cuando llegues, espera allí a tu hijo.
Porque yo también voy a sumergirme en mi niñez antigua,
pero las aguas que tengo que remontar hasta casi la fuente,
son mucho más poderosas, son aguas turbias, como teñidas
de sangre.
Óyelas, desde tu sueño, cómo rugen,
como quieren llevarse al pobre nadador.
¡Pobre del nadador que somorguja y bucea en ese mar
salobre de la memoria!
... Ya ves: ya hemos llegado.
¿No es una maravilla que los dos hayamos arribado a
esta prodigiosa ribera de nuestra infancia?
Sí, así es como a veces fondean un mismo día en el
puerto de Singapur dos naves,
y una viene de Nueva Zelanda, la otra de Brest.
Así hemos llegado los dos, ahora, juntos.
Y ésta es la única realidad, la única maravillosa realidad:
que tú eres una niña y que yo soy un niño.
¿Lo ves, madre?
No se te olvide nunca que todo lo demás es mentira,
que esto solo es verdad, la única verdad.
Verdad, tu trenza muy apretada, como la de esas niñas
acabaditas de peinar ahora,
tu trenza, en la que se marcan tan bien los brillantes
lóbulos del trenzado,
tu trenza, en cuyo extremo pende, inverosímil, un pequeño
lazo rojo;
verdad, tus medias azules, anilladas de blanco, y las puntillas
de los pantalones que te asoman por debajo de la falda;
verdad, tu carita alegre, un poco enrojecida, y la tristeza
de tus ojos.
(Ah, ¿por qué está siempre la tristeza en el fondo de
la alegría?)
¿Y adónde vas ahora? ¿Vas camino del colegio?

Ah, niña mía, madre,
yo, niño también, un poco mayor, iré a tu lado,
te serviré de guía,
te defenderé galantemente de todas las brutalidades de
mis compañeros,
te buscaré flores,
me subiré a las tapias para cogerte las moras más negras,
las más llenas de jugo,
te buscaré grillos reales, de esos cuyo cricrí es como un
choque de campanitas de plata.
¡Qué felices los dos, a orillas del río, ahora que va a
ser el verano!
A nuestro paso van saltando las ranas verdes,
van saltando, van saltando al agua las ranas verdes:
es como un hilo continuo de ranas verdes,
que fuera repulgando la orilla, hilvanando la orilla con
el río.
¡Oh qué felices los dos juntos, solos en esta mañana!
Ves: todavía hay rocío de la noche; llevamos los zapatos
llenos de deslumbrantes gotitas.

¿O es que prefieres que yo sea tu hermano menor?
Sí, lo prefieres.
Seré tu hermanito menor, niña mía, hermana mía, madre
mía.
¡Es tan fácil!
Nos pararemos un momento en medio del camino,
para que tú me subas los pantalones,
y para que me suenes las narices, que me hace mucha falta
(porque estoy llorando; sí, porque ahora estoy llorando).

No. No debo llorar, porque estamos en un bosque.
Tú ya conoces las delicias del bosque (las conoces por
los cuentos,
porque tú nunca has debido estar en un bosque,
o por lo menos no has estado nunca en esta deliciosa
soledad, con tu hermanito).
Mira, esa llama rubia que velocísimamente repiquetea
las ramas de los pinos,
esa llama que como un rayo se deja caer al suelo, y
que ahora de un bote salta a mi hombro,
no es fuego, no es llama, es una ardilla.
¡No toques, no toques ese joyel, no toques esos diamantes!
¡Qué luces de fuego dan, del verde más puro, del tristísimo
y virginal amarillo, del blanco creador, del más hiriente
blanco!
¡No, no lo toques!: es una tela de araña, cuajada de
gotas de rocío.
Y esa sensación que ahora tienes de una ausencia invisible,
como una bella tristeza, ese acompasado y ligerísimo
rumor de pies lejanos, ese vacío, ese presentimiento
súbito del bosque,
es la fuga de los corzos. ¿No has visto nunca corzos
en huida?
¡Las maravillas del bosque! Ah, son innumerables; nunca
te las podría enseñar todas, tendríamos para toda una
vida...
... para toda una vida. He mirado, de pronto, y he visto
tu bello rostro lleno de arrugas,
el torpor de tus queridas manos deformadas,
y tus cansados ojos llenos de lágrimas que tiemblan.
Madre mía, no llores: víveme siempre en sueño.
Vive, víveme siempre ausente de tus años, del sucio mundo
hostil, de mi egoísmo de hombre, de mis palabras
duras.
Duerme ligeramente en ese bosque prodigioso de tu
inocencia,
en ese bosque que crearon al par tu inocencia y mi llanto.
Oye, oye allí siempre cómo te silba las tonadas nuevas
tu hijo, tu hermanito, para arrullarte el sueño.
No tengas miedo, madre. Mira, un día ese tu sueño cándido
se te hará de repente más profundo y más nítido.
Siempre en el bosque de la primera mañana, siempre en
el bosque nuestro.
Pero ahora ya serán las ardillas, lindas, veloces llamas,
llamitas de verdad;
y las telas de araña, celestes pedrerías;
y la huida de corzas, la fuga secular de las estrellas a la
busca de Dios.
Y yo te seguiré arrullando el sueño oscuro, te seguiré
cantando.
Tú oirás la oculta música, la música que rige el universo.
Y allá en tu sueño, madre, tú creerás que es tu hijo quien
la envía. Tal vez sea verdad: que un corazón es lo que
mueve el mundo.
Madre, no temas. Dulcemente arrullada, dormirás en el
bosque el más profundo sueño.
Espérame en tu sueño. Espera allí a tu hijo, madre mía.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Hacía tiempo que no lloraba, pero leyendo este poema he llorado (como el autor cuando lo escribía). A pesar de todo, me ha sentado bien.

Anon y mo dijo...

Ah, la poesía, que lo mismo te ofrece bagatelas (¿serán en puridad poesía?) que alumbra poemas como este de Dámaso Alonso, pletórico de sentimiento, carente de artificiosidad y que tánto nos sugiere a todos. Porque nadie es ajeno a la pena de ver los estragos del tiempo en los seres queridos.
La anónyma lágrima ha sido bien vertida. Aunque se le seque el lagrimal y esta sea la postrera. No dejes para mañana lo que puedas llorar hoy.

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...

Amor de madre
Y lo demas es aire

Sea dijo...

Good, Em.

CC dijo...

Pobre del nadador que somoguja y bucea en ese mar salobre de la memoria. Hoy Damaso (y vosotros) me habeis hecho zambullirme en ese oceano. Y he salido empapado.

VS dijo...

Hablando de madres, me emociona también la canción "Las manos de mi madre", de Mercedes Sosa:

Las manos de mi madre
parecen pájaros en el aire,
historias de cocina
entre sus alas heridas de hambre.

Las manos de mi madre
saben qué ocurre por las mañanas
cuando amasa la vida,
hornos de barro,
pan de esperanza.

Las manos de mi madre
llegan al patio desde temprano.
Todo se vuelve fiesta
cuando ellas vuelan junto a otros pájaros
junto a los pájaros que aman la vida
y la construyen con los trabajos
Arde la leña, harina y barro.
Lo cotidiano se vuelve mágico.

Las manos de mi madre
me representan un cielo abierto
y un recuerdo añorado,
trapos calientes en los inviernos

Ellas se brindan cálidas
nobles, sinceras, limpias de todo.
¿Cómo serán las manos
del que las mueve gracias al odio?

Círculo Cultural FARONI dijo...

Pienso en C., para quien beber café era la única razón de existir. Un día que le hablaba de los méritos del budismo, me respondió: "el nirvana, de acuerdo, pero con café".

(CIORAN)

Círculo Cultural FARONI dijo...


Se puede esconder el fuego, pero no el humo.

(proverbio africano)