Abres los ojos
pero para amplias zonas
siguen cerrados.
Obnubilados,
llevamos en la frente
niebla infiltrada.
No conocemos
el tamaño de nuestra
ofuscación.
Idos los trucos,
las ilusiones ópticas,
¿qué quedará?
Cuando lo opaco
se vuelva transparente,
¿qué sentiremos?
¿Qué encontraremos
tras despertar de este
sonambulismo?
Lo extramental,
las ultradimensiones,
los otros planos,
lo que el cerebro
sabiamente se niega
a comprender,
y todo aquello
cuya percepción nos
derribaría,
lo que no cabe
ni en lóbulos ni en pliegues
ni en neuronas,
lo que está aquí,
ante nosotros, mas no
para nosotros.
Como la luna
para un pez. Como el mar
para una hormiga.
Como el poliedro
para el topo, o el álgebra
para el caimán.
Por des-cifrar,
por des-oscurecer
está todo esto.
Lo único cierto
es que todo está lleno
de incertidumbre.
Tantos candados,
tantas llaves echadas,
tantos pestillos,
tantas estancias
con las puertas cerradas
a cal y canto,
tantos lugares
que no han dejado nunca
de estar oscuros,
tantos secretos
de los que no seremos
nunca partícipes,
tantos cerrojos
para los que jamás
tendremos llaves.
8 comentarios:
LOS ENEMIGOS DEL HOMBRE
El demonio del alma es asesino,
el mundo le secunda en malquerencia
y dicen los expertos de la ciencia
que la carne vacuna o de porcino
cierra esta trilogía de inclemencia.
(F., vegetariano en ciernes)
Amigo F: Vivir es cancerígeno.
Un abrazo.
Pero morir es malísimo, Tragi.
Un beso vegetariano (que son los mejores).
Vivir es un mal asunto
porque a lo mejor te acuestas
y te despiertas difunto.
(... , o sea, que no te despiertas)
Yo, Pablo, sí que me despierto: me arranco la estaca del pecho y salgo a tomar la luna.
Una quitada de sombrero por los haikus "encadenados". Plas-plas.
De las mismas imprentas que editaban los libros de Erasmo y Montaigne en el siglo XVI salían los manuales para cazar brujas y exorcizar demonios.
(MUÑOZ MOLINA)
¿De qué tamaño tendrá Dios
el corazón?
¿Le late a Dios, o
lo tiene detenido?
Debe ser más impresionante
que la mezquita de
Casablanca por adentro:
ya me figuro el ventrículo izquierdo,
su bóveda celeste tiñéndose de rosa,
las amplias avenidas de aquellas venas cavas
y el abismo de su aorta descendente,
o el sonido de la válvula mitral
abriéndose y cerrando su portazo
de cuatrocientos chelos enfrenando al concierto.
Y la sangre ¿ha de ser transparente?
Si nosotros, pedestres, desplazamos
cinco litros de sangre por minuto,
¿cuántos desplaza Dios, si es que le late?
Si nuestro corazón se mueve
y toca sus tambores al margen de nuestra voluntad,
¿el de Él ha conseguido toda su autonomía?
¿O depende del capricho y del menor descuido?
¿Y si no tiene Dios ni corazón ni páncreas,
ni tejido esponjoso ni cerebro?
¿Y
si Dios está vacío?
(EDUARDO CASAR)
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