El reloj que está allá detrás, en la casa desierta, porque todos duermen, deja caer lentamente el cuádruple son claro de las cuatro de cuando es de noche. Todavía no me he dormido, ni espero dormir. Sin que nada me ocupe la atención, y así no duerma, o me pese en el cuerpo, y por eso no me tranquilice, acuesto en la sombra, que el lugar vago de los faroles de la calle torna más desacompañada todavía, al silencio amortecido de mi cuerpo extraño. No sé pensar, de tanto sueño como tengo; no sé sentir, de tanto sueño que no consigo tener.
Todo en torno a mí está el universo, desnudo, abstracto, hecho de negaciones nocturnas. Me divido entre cansado e inquieto, y llego a tocar con la sensación del cuerpo un conocimiento metafísico del misterio de las cosas. A veces se me ablanda el alma, y entonces los pormenores sin forma de la vida cotidiana se me flotan a la superficie de la conciencia, y estoy efectuando botaduras a la superficie de no poder dormir.
Otras veces me despierto desde dentro del mediosueño en que me he estancado, e imágenes vagas, de un colorido poético e involuntario, dejan escurrir por mi distracción su espectáculo sin ruidos. No tengo los ojos completamente cerrados. Me orla la vista débil una luz que viene de lejos; son los faroles públicos encendidos allá abajo, en los confines abandonados de la calle. ¡Cesar, dormir, sustituir esta conciencia intervelada por mejores cosas melancólicas, dichas en secreto al que me desconociese!… ¡Cesar, pasar fluido y ribereño, flujo y reflujo de un mar vasto, en costas visibles por la noche en que verdaderamente se durmiese!…
¡Cesar, ser incógnito y exterior, movimientos de ramas en paseos apartados, tenue caer de hojas, conocido por el ruido más que por la caída, mar alto fino de los surtidores a lo lejos, y todo lo indefinido de los parques por la noche, perdidos entre enmarañamientos continuos, laberintos naturales de las tinieblas!… Cesar, acabar
finalmente, pero con una supervivencia translaticia, ser la página de un libro, la madeja de un cabello suelto, el oscilar de la enredadera al pie de la ventana entreabierta, los pasos sin importancia en la grava fina de la curva, el último humo alto de la aldea que duerme, el olvido del látigo del arriero a la vera matutina del camino…
El absurdo, la confusión, el apagamiento -todo lo que no fuese la vida…-. Y duermo, a mi manera, sin sueño ni reposo, esta vida vegetativa de la suposición, y bajo mis párpados sin sosiego flota, como la espuma quieta de un mar sucio, el reflejo lejano de las farolas mudas de la calle. Duermo y desduermo.
Del otro lado de mí, allá por detrás de donde yazgo, el silencio de la casa toca al infinito. Oigo caer al tiempo, gota a gota, y ninguna gota que cae se oye caer. Siento a la cabeza materialmente colocada en la almohada en que la tengo haciendo un valle. La piel de la funda tiene, con mi piel, un contacto de persona en la sombra.
La propia oreja, sobre la que me acuesto, se me graba matemáticamente contra el cerebro. Pestañeo de cansancio, y mis pestañas producen un ruido pequeñísimo, inaudible, en la blancura sensible de la almohada erguida. Respiro, suspirando, y mi respiración sucede: no es mía. Sufro sin sentir ni pensar.
El reloj de la casa, lugar seguro allá en medio del infinito, da la media hora seca y nula. ¡Todo es tanto, todo es tan hondo, todo es tan negro y tan frío!
Paso tiempos, paso silencios, mundos sin forma pasan por mí. Súbitamente, como una criatura del Misterio, un gallo canta sin saber de la noche. Puedo dormir, porque es mañana en mí. Y siento a mi boca sonreír, dislocando levemente las arrugas de la funda que me prende el rostro. Puedo abandonarme a la vida, puedo dormir, puedo ignorarme… Y a través del sueño nuevo que me oscurece, o recuerdo al gallo que ha cantado, o es él, de verdad quien canta por segunda vez.
6 comentarios:
Más que extrañeza
es extranjeridad
hacia este mundo.
Desasosegante como todo lo de los Pessoas diversos que hubo en él.
Que alguien escriba libros no garantiza nada. Hitler también lo hacía.
Vale más un labrador
con zajones y alpargatas,
que cincuenta señoritos
con las hebillas de plata.
Piedra del río,
fresca como si el agua
corriera dentro.
(SUSANA BENET)
Quien tiene ideología, ya no necesita tener ideas.
Publicar un comentario